domingo, 28 de febrero de 2010

SS Benedicto XVI: Sólo en el “nosotros” podemos escuchar realmente la Palabra


CIUDAD DEL VATICANO, domingo 28 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación las palabras que Benedicto XVI dirigió este sábado a los presentes en la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico Vaticano en la conclusión de los Ejercicios Espirituales predicados al Papa y a la Curia Romana por el salesiano Enrico Dal Covolo.

Queridos Hermanos,

Querido Don Enrico,

En nombre de todos los aquí presentes querría de todo corazón decirle gracias a Usted, Don Enrico, por estos ejercicios, por el modo apasionado y muy personal con el que nos ha guiado en el camino hacia Cristo, en el camino de renovación de nuestro sacerdocio.

Usted ha escogido como punto de partida, como trasfondo siempre presente, como punto de llegada -lo hemos visto ahora- la oración de Salomón a “un corazón que escucha”. En realidad me parece que aquí se resume toda la visión cristiana del hombre. El hombre no es perfecto en sí mismo, el hombre necesita relación, es un ser en relación. Su cogito no puede cogitare toda la realidad. Necesita de la escucha, de la escucha del otro, sobre todo del Otro con mayúscula, de Dios. Sólo así se conoce a sí mismo, sólo así se convierte en sí mismo.

Por mi parte siempre he visto aquí a la Madre del Redentor, la Sedes Sapientiae, el trono viviente de la sabiduría encarnada en su seno. Y como hemos visto, san Lucas presenta a María precisamente como mujer del corazón a la escucha, que está inmersa en la Palabra de Dios, que escucha la Palabra, la medita (synballein) la compone y la conserva, la custodia en su corazón. Los padres de la Iglesia dicen que en el momento de la concepción del Verbo eterno en el seno de la Virgen el Espíritu Santo entró en María a través del oído. En la escucha concibió la Palabra eterna, dio su carne a esta Palabra. Y así nos dice lo que es tener un corazón a la escucha.

María está aquí rodeada de los padres y las madres de la Iglesia, de la comunión de los santos. Y así vemos y entendemos propiamente en estos días que en el yo aislado no podemos escuchar realmente la Palabra: sólo en el nosotros de la Iglesia, en el nosotros de la comunión de los santos.

Y Usted, querido Don Enrico, nos ha mostrado, ha dado voz a cinco figuras ejemplares del sacerdocio, comenzando por Ignacio de Antioquía hasta el querido y venerable Papa Juan Pablo II. Así hemos realmente percibido de nuevo lo que quiere decir ser sacerdote, convertirse cada vez más en sacerdotes.

Usted también ha destacado que la consagración va hacia la misión, está destinada a convertirse en misión. En estos días hemos profundizado con la ayuda de Dios nuestra consagración. Así, con nuevo coraje, queremos ahora afrontar nuestra misión. El Señor nos ayude. Gracias a Usted por su ayuda, Don Enrico.



[Traducción del original italiano realizada por Patricia Navas

© Libreria Editrice Vaticana]

San Hilario, Papa - 28 de febrero


San Hilario (461-468) Nació en Cagliari, Cerdeña. Ya se había distinguido como legado del papa León en el Concilio de Éfeso. De él no hay muchos documentos, pero es cierto que se formó en la alta escuela de León.

Dio prueba de entereza ante el emperador Antenio que protegía una comunidad de herejes, al cuyo mando estaba un tal Filoteo.

Se preocupó de la educación del clero y dispuso que ni los obispos ni el papa pudiesen elegir a sus sucesores. Fundó en Letrán dos bibliotecas que serían el primer núcleo de la vaticana.

Cuidó mucho del embellecimiento de oratorios y monasterios, para cuya realización no se preocupó por los gastos, prodigando oro, plata y materiales preciosos. Amaba mucho la suntuosidad y la riqueza. En ésto no fue buen discípulo de León, muy atento a los problemas del pueblo. Era ésa una época de gran pobreza y esa ostentación de riqueza por parte de la Iglesia desentonaba clamorosamente. Está enterrado en S. Lorenzo Extramuros.

Papa Hilario

Elegido en 461; se da como fecha de su muerte la de 28 de Febrero de 468. Tras la muerte de León I, según el “Liber Pontificalis” se eligió para sucederle a un arcediano llamado Hilario, originario de Cerdeña, y con toda probabilidad recibió la consagración el 19 de Noviembre de 461. Junto con Julio, obispo de Pozzuoli, Hilario actuó como legado de León I en el “Sínodo de los Ladrones” de Éfeso en 449. Allí combatió vigorosamente a favor de los derechos de la Santa Sede y se opuso a la condena de Flaviano de Constantinopla (ver FLAVIANO, SAN). Por tanto se expuso a la violencia de Dióscoro de Alejandría (vid.) y se salvó mediante la huida. En una de sus cartas a la emperatriz Pulqueria, encontrada en una colección de cartas de León I (“Leonis I Epistolae” núm. xlvi., en P.L., LIV, 837 y s.), Hilario se excusa por no entregarle la carta del Papa tras el sínodo; pero debido a Dióscoro, que trató de impedir su ida tanto a Roma como a Constantinopla, tuvo gran dificultad en escapar para traer al Pontífice las noticias del resultado del concilio. Su pontificado se destacó por la misma política vigorosa que la de su gran predecesor. Los asuntos eclesiásticos de Galia y España reclamaron su atención especial. Debido a la desorganización política en ambos países era importante salvaguardar la jerarquía reforzando el gobierno de la iglesia. Hermes, un antiguo arcediano de Narbona, había adquirido ilegalmente el obispado de esa ciudad. Dos prelados de la Galia fueron enviados a Roma para exponer ante el Papa esta y otras cuestiones referentes a la Iglesia de la Galia. Un sínodo romano celebrado el 19 de Noviembre de 462 sentenció sobre estos asuntos, e Hilario dio a conocer las siguientes decisiones en una Encíclica enviada a los obispos provinciales de Vienne, Lyon, Narbona, y los Alpes: Hermes permanecería como obispo titular de Narbona, pero se retenían sus facultades episcopales. Se debía reunir un sínodo anualmente por el obispo de Arles, para aquellos de los obispos provinciales que estuvieran en condiciones de asistir; pero todos los asuntos importantes debían someterse a la Sede Apostólica. Ningún obispo podía dejar su diócesis sin permiso escrito del metropolitano; en caso de que tal permiso fuera negado podría apelar al obispo de Arles. Con respecto a las parroquias (paroeciae) reclamadas por Leoncio de Arles como pertenecientes a su jurisdicción, los obispos de la Galia podrían decidir, tras una investigación. La propiedad de la Iglesia no podía ser enajenada hasta que un sínodo no hubiera examinado la causa de la venta.

Tomado de: The Catholic Encyclopedia, Volume I
Copyright © 1907 by Robert Appleton Company
Online Edition Copyright © 1999 by Kevin Knight
Enciclopedia Católica Copyright © ACI-PRENSA

http://www.enciclopediacatolica.com/h/hilario.htm

San Román - 28 de febrero


Son escasas las noticias que han llegado hasta nosotros de este ilustre ermitaño y célebre fundador de Monasterios, sobre todo de su juventud y formación intelectual. Parece que apenas tenía estudios pero sí gozaba de una sabiduría e inteligencia nada comunes y que en su hogar familiar había recibido una esmerada educación cristiana que, a pesar de las no pocas dificultades por las que el trajín de la vida le arrastró, jamás llegó a olvidar.

Su vida se mueve en aquellos años tan difíciles cuando el Imperio Romano de Occidente se desmorona y cuando los pueblos bárbaros venidos del norte de Europa amenazan avasallarlo todo. De hecho reina la barbarie y la desolación. El cristianismo que hace poco ha conocido los aires de la libertad, al poder celebrar sus actos fuera de las catacumbas, encuentra ahora este enemigo al que tan sólo le interesa el materialismo y la barbarie, polos opuestos a la dulzura y valores eternos que predica la fe de Jesucristo.

La Divina Providencia iba dirigiendo los pasos de Román y poco a poco le hacía ver que aquella vida que llevaba no podía satisfacer ni llenar las ansias de su corazón. Estaba dotado de un carácter vivo, fogoso y expansivo. Por otra parte también le arrastraba la soledad y la entrega a Dios en el silencio y la oración. ¿Quién vencerá la batalla?

Es ordenado sacerdote en Besancón por el ilustre Hilario de Arlés en tiempos tan difíciles para la Iglesia. No por cobardía, sino por necesidad interior, renuncia a todas las prebendas que podía ofrecerle su Ordenación sacerdotal y se retira a la soledad para vivir la vida eremítica. Allí pasa unos años no teniendo otra compañía que los árboles, las plantas y algunos animales. Toda su jornada la pasa entregado a la oración, a la mortificación y hace también algunos trabajos manuales.

Pronto se enteran algunos hombres, igual que él hambrientos de vida de mayor entrega al Señor, y le piden los acepte en su compañía... Así van echándose los cimientos de aquel género de vida que llamará la atención por aquellos alrededores y que será foco de virtudes cristianas. Román conocía bien la vida y escritos de los Padres del Desierto de Egipto, la Tebaida, etc... y pensó que, sin abandonar su Patria, en la misma Galia, podía él y los suyos organizar el mismo género de vida que aquellos Padres... De aquí surgió su célebre convento de Condat que será después la semilla de otros muchos Monasterios o una especie de lauras aglutinadas en torno al abad o padre espiritual de todo el Monasterio.

Cierto día se sumó a aquellos monjes el mismo hermano de Román, llamado Lupicino, que después también será inscrito en el Catálogo de los Santos. Entre los dos llevaban la dirección del Monasterio. Lupicino era más fogoso que Román y a veces era un tanto duro en las penitencias que él se imponía y quería también para los demás. Entonces aparecía Román, y con su gran bondad, traía la paz y descargaba a los monjes de penitencias exageradas.

Gracias al buen hacer de Román no hubo nunca excisiones en el Monasterio y todos vivían como verdaderos hermanos, teniendo, como dice el libro de los Hechos "un mismo sentir y siendo todo común entre ellos".

Román también supo ser duro e intransigente con los príncipes y nobles cuando veía que los derechos humanos y de la Iglesia eran pisoteados por ellos. Condat se había convertido en una de las escuelas más famosas de su tiempo y de allí salían fervorosos misioneros y trabajadores para todo los campos en la viña del Señor. Famosos se hicieron aquellos cenobios por su sabiduría, copia de códices, enseñanza de idiomas antiguos, composición de preciosos tratados de vida espiritual y obradores de muchos prodigios. Lleno de méritos expiraba el año 460.

San Leandro de Sevilla, Obispo - 28 de Febrero


Su nacimiento fue en torno al 535. Leandro tuvo otros dos hermanos que están como él en los altares, Isidoro que le sucedió en el arzobispado de Sevilla, y santa Florentina.
La familia emigra a Sevilla y, cuando tiene la edad, Leandro entra el un monasterio. Es nombrado metropolitano de Sevilla. Funda una escuela de artes y ciencia que la concibe como instrumento para difundir la doctrina ortodoxa en medio de una España que está inficcionada de arrianismo, particularmente en la corte visigoda. Dos hijos del rey arriano Leovigildo están formándose en su escuela, Hermenegildo y Recaredo.
El rey piensa que el principio de unidad y estabilidad está en la religión arriana; se enciende la persecución contra la fe católica con fuego y espada, incluidos los territorios de la Bética, en la que su propio hijo Hermenegildo morirá mártir.
Leandro ha sido obligado a abandonar su Iglesia y su patria. Aprovecha el destierro para pedir ayuda al emperador de Bizancio. En Constantinopla se encuentra con Gregorio, que ha sido enviado por el papa Pelagio -lo sucederá luego en la Sede romana- con quien traba una gran amistad; le anima a poner por escrito los libros Morales -comentario al libro de Job- que influirán de un modo decisivo en la ascética de todo el Medievo.
Leandro, en el 589, convoca el III Concilio de Toledo donde Recaredo, que ha sucedido a su padre en el trono, abjura de los errores arrianos y hace profesión de fe católica lográndose la unidad del reino visigodo y la paz. Sobreviene como esperada consecuencia una renovación en la vida religiosa, un resurgir de las letras y una fresca ganancia en el terreno de las artes.
Hasta su muerte en el año 601, el sabio y santo Arzobispo deja de ser un hombre influyente en la política del reino. Le ocupa el alma el ansia de hacer el bien. Mucha oración, atención a las obligaciones pastorales, estudio de la Sagrada Escritura, penitencia por los pecados de su vida, y la carta que escribe a su hermana Florentina que llega a servir de pauta para la vida monástica femenina hasta el punto de ser llamada «la regla de San Alejandro» le llenaron su tiempo.

sábado, 27 de febrero de 2010

Schmidberger: “La Iglesia ha entrado en aguas más tranquilas”


Ofrecemos la traducción de nuestros amigos y hermanos de La Buhardilla de Jerónimo. una interesante entrevista al Padre Franz Schmidberger, Superior del Distrito alemán de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (y, anteriormente, primer sucesor de Mons. Lefebvre como Superior general de la FSSPX). Publicada originalmente en el sitio alemán Kathnews, fue traducida al inglés por Rorate Caeli y al italiano por Messainlatino.


El Padre Franz Schmidberger nació el 19 de octubre de 1946 en Riedlingen. Después de haber estudiado matemática en la Universidad de Munich, en 1972 entró en el seminario de la fraternidad de San Pío X en Ecône. Allí, en 1975, fue ordenado sacerdote por el arzobispo Marcel Lefebvre. En 1979, Schmidberger se convirtió en Superior del Distrito alemán de la Fraternidad y, en 1982, en Superior General de la Fraternidad. De 1994 a 2003, estuvo activo en el liderazgo de la Fraternidad. En 2003 fue nombrado Rector del seminario en Zaitzkofen. En 2006 fue elegido nuevamente como Superior del Distrito alemán.


Reverendo, ¿cuál es su valoración del estado actual de las discusiones teológicas entre los representantes de la Fraternidad San Pío X y la Santa Sede?


En base a las informaciones disponibles, más bien escasas, las discusiones teológicas clarificadoras han comenzado bien. Por primera vez, somos capaces de exponer sin prisa a la autoridad competente nuestras reservas sobre las declaraciones del Concilio Vaticano II y sobre los desarrollos post-conciliares. Estas discusiones ciertamente continuarán por un tiempo largo, tal vez años. Pero quizás nuestros interlocutores serán capaces de determinar rápidamente que no es posible negar que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X sea católica, aunque puede haber áreas de desacuerdo. Esto representaría un enorme progreso. La naturaleza muy discreta de las discusiones es absolutamente necesaria para el éxito, nada bueno causa un tumulto y nada positivo proviene de un tumulto.


Recientemente, en una video-entrevista, el obispo Richard Williamson se refirió a las discusiones. Él se expresó más bien negativamente y estaba evidentemente poco convencido de que lleven a un acuerdo. ¿Qué piensa de sus comentarios? ¿Representan la posición oficial de la Fraternidad?


La opinión del obispo Williamson sobre las discusiones en Roma es lamentable porque ciertamente no representa la posición de la Fraternidad. Por otro lado, al mismo tiempo, es necesario poner en guardia claramente contra un exagerado optimismo respecto a las discusiones. Mons. Fellay dijo que sería un milagro si se concluyeran verdaderamente con éxito.


Según usted, ¿Qué tan realista es un acuerdo entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X? En 1988, como Superior General, usted ya estuvo involucrado en discusiones similares. ¿La situación ha cambiado desde entonces?


Un acuerdo entre la Santa Sede y la Fraternidad podría significar sólo una cosa: que Roma acepta la voz del Magisterio preconciliar. La Fraternidad nunca ha desarrollado una posición suya propia sino que, por el contrario, se ha hecho portavoz de los Papas, sobre todo de aquellos desde la revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II. Desde 1988, la situación ha cambiado en la medida en que Roma ahora toma en serio nuestras objeciones y está a la búsqueda de respuestas.


En su opinión, ¿cuáles son principalmente los argumentos necesitados de clarificaciones y de discusiones de naturaleza teológica o magisterial? ¿Hay argumentos que podrían describir como “papas calientes”?


La cuestión de la nueva liturgia es, sin duda, un punto de discusión, pero también el ecumenismo, el rol de las otras religiones y la relación de la Iglesia con el mundo. Como “papas calientes” definiría, sobre todo, la cuestión de la libertad religiosa y también la cuestión de la doctrina.


Un año atrás, Benedicto XVI levantó la excomunión de los cuatro obispos de vuestra Fraternidad. Esta decisión del Santo Padre, ¿ha tenido un efecto positivo en la obra de la Fraternidad?



La revocación del decreto de excomunión ha eliminado obstáculos y nos ha traído más fieles. Por otro lado, sin embargo, el tumulto de la prensa ha levantado algunas barreras. Creo, no obstante, que esta valiente decisión tomada por el Papa ha afectado positivamente no sólo a la Fraternidad y su trabajo sino, en realidad, a toda la Iglesia.


¿Cómo valora el estado de ánimo actual en vuestros prioratos y capillas? ¿Qué piensan los fieles y los sacerdotes de las discusiones con la Santa Sede?


Por lo que puedo decir, el estado de ánimo en nuestros prioratos y capillas es generalmente bastante bueno y, en general, nuestros miembros reciben bien las discusiones con la Santa Sede. Sin embargo, ninguno de nosotros es víctima de ilusiones.


En abril de 2005, con el card. Joseph Ratzinger, ha sido elevado al trono de Pedro un príncipe de la Iglesia que ha representado una señal de esperanza para muchos católicos “tradicionales”. Hasta hoy, Benedicto XVI ha gobernado la Iglesia por casi cinco años. ¿Cómo valora estos primeros cinco años de su pontificado?


La Iglesia ha entrado en aguas más tranquilas con Benedicto XVI. La rehabilitación del Santo Sacrificio de la Misa en la forma tradicional, la revocación del decreto de excomunión y las discusiones doctrinales con la Santa Sede son actos muy positivos de este pontificado. Por otro lado, lamentamos la visita a la sinagoga romana y, sobre todo, la declaración del Papa de que nosotros y los judíos oramos al mismo Dios.


Nosotros los cristianos damos culto a la Santísima Trinidad y adoramos a Nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, consustancial con el Padre. Los judíos de hoy, por contraste, no aceptan ninguna de estas verdades fundamentales de nuestra santa religión. Siendo que no existe otro Dios fuera de la Santísima Trinidad, ni otro Señor sino Jesucristo, nosotros no damos culto al mismo Dios que los judíos.


Las cosas eran diferentes con los justos del Antiguo Testamento. Ellos estaban abiertos a la verdad de la Trinidad y a la Filiación Divina del Mesías Prometido. El Papa se ha alejado en forma discutible de aquellas palabras del primer Papa, San Pedro: “En ningún otro [fuera de Jesucristo] hay salvación” (Hech 4,12). Esto se aplica a todos, también a los judíos y musulmanes.


Fuente: Messainlatino


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

SS Benedicto XVI y la mujer


“Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente”. Con esta sensibilidad, con esta afirmación se expresaba Juan Pablo II en la carta que en 1995 escribió a las mujeres.

Es imposible e inútil el querer imaginar una Iglesia sin la aportación femenina. Tan sin sentido que jamás un buen cristiano podrá esconderla y, mucho menos, negarla. En la homilía del viernes santo pasado ante la curia romana y el Santo Padre, el predicador de la casa pontificia, P. Rainero Cantalamesa, ha recordado que las mujeres son la esperanza de un mundo más humano, que nuestra civilización “tiene necesidad de un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella sin deshumanizarse del todo”; de ahí que deba darse “más espacio a las razones del corazón" para evitar otra “era glacial” pues hoy se constata la avidez de aumentar el conocimiento pero muy poca la de aumentar la capacidad de amar, y ello tiene su explicación: “el conocimiento se traduce automáticamente en poder, el amor en servicio”.

Es un hecho. De un tiempo para acá, los Papas han sabido ir incardinando las aptitudes de la mujer en varios dicasterios y organismos de la vida de la Iglesia. Con Juan Pablo II se acentuó un periodo, si cabe decirlo así, fecundo de acercamiento y exaltación de los dones, valores, virtudes y vocación propias de la mujer; una valoración que ha ayudado a ver desde otra perspectiva, tanto a hombres como a mujeres, eclesiásticos o no, la participación de éstas en la vida de la Iglesia y el mundo.

Benedicto XVI ha seguido lúcidamente en esta línea. Como cardenal estuvo encargado de presentar, el 30 de septiembre de 1988, la carta apostólica que Juan Pablo II dedicara a las mujeres (La dignidad de la mujer ). Como prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, el 31 de julio de 2004, regaló al mundo aquel hermoso documento, la “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, que vino revitalizar los documentos pontificios anteriormente aparecidos sobre el tema y a refrescar la importancia de la feminidad dentro de la Iglesia, en el mundo, y la necesidad de que la vocación natural, los dones y aptitudes de la mujer fuesen valorados por el varón y los de éste por ella. Ahora como Papa, las palabras de afecto y reconocimiento hacia la mujer no han sido menores pese a que muchos se empeñen en tratar de hacer ver lo contrario.

1. Gestos y manifestaciones

En febrero pasado, durante la audiencia general, el Papa centró laudatoriamente la atención en las numerosas figuras femeninas que “desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio” subrayando que “no se puede olvidar su testimonio”. Con esa catequesis se evidenciaba aún más la trayectoria de reconocimiento público que Benedicto XVI ha venido siguiendo en comentarios puntuales hechos a través de entrevistas, homilías y discursos; una trayectoria que recoge, expone y valora el gran servicio y la aportación peculiar que la mujer ha prestado a la Iglesia y al mundo reivindicando su protagonismo activo en el ámbito de las comunidades cristianas primitivas y a lo largo de la historia del cristianismo. En esos comentarios también ha recordado clara y amorosamente el papel valiosísimo, aunque no ministerial, que la mujer desarrolla en nuestra actualidad dentro de la Iglesia.

Un noble gesto a considerar ha sido el reciente reconocimiento que Benedicto XVI, a través del presidente del Consejo Pontificio para los laicos, el arzobispo Stanislaw Rilko, ha concedido a la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres católicas (UMOFC), fundada en 1910, al otorgarles el estatuto de asociación pública internacional de fieles; una declaración que, en palabras de la presidenta general, Karen Hurley, significa que se “honra los incansables esfuerzos de millones de mujeres fieles católicas activas en nuestra unión a nivel parroquial, diocesano, nacional e internacional”.

2. Maternidad como vocación de primer orden y máxima importancia

Quizá uno de los temas a los que, en el amplio campo de la mujer, más referencia y énfasis ha hecho el Santo Padre, ha sido el de la maternidad. Las palabras que al respecto a pronunciado no se han limitado a la denuncia actual ante la creciente escasez de candidatas a desempeñar su natural vocación de madres y educadoras; ante todo, ha manifestado el aprecio personal y el valor de la maternidad en sí misma, pero no todo ha quedado ahí. El Papa se sabe hijo y lo que ello entraña, por ello ha agradecido a las madres el don de sí mismas, el estar abiertas a la vida.
A un párroco romano que le pidió unas palabras de aliento para las “mamás”, el Papa dijo: “Decidles simplemente: el Papa os da las gracias. Os expresa su gratitud porque habéis dado la vida, porque queréis ayudar a esta vida que crece y así queréis construir un mundo humano, contribuyendo a un futuro humano. Y no lo hacéis sólo dando la vida biológica, sino también comunicando el centro de la vida, dando a conocer a Jesús, introduciendo a vuestros hijos en el conocimiento de Jesús, en la amistad con Jesús. Este es el fundamento de toda catequesis. Por consiguiente, es preciso dar las gracias a las madres por, sobre todo porque han tenido la valentía de dar la vida. Y es necesario pedir a las madres que completen ese dar la vida comunicando la amistad con Jesús”.
Tiempo antes había ponderado el papel de la maternidad a propósito de la festividad litúrgica de santa Mónica exaltando cómo ella había vivido “de manera ejemplar su misión de esposa y madre ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien”.
Benedicto XVI no se ha detenido a recordar obligaciones sino en hacer notar la belleza que hay detrás de la vocación de madre y, consecuentemente, de educadora; ante la exposición reaccionaria de ciertos grupos que se oponen a la realización de la mujer en el hogar, la familia, el matrimonio, la maternidad, el Papa ha hecho ver con delicadeza y afecto de padre y pastor cuán lejos está la mujer que no corresponde a su misión natural.

3. Sacerdocio y la aportación de la mujer en la Iglesia

Hoy por hoy es más visible la participación de la mujer en organismos vaticanos. Es verdad que Benedicto XVI, hasta el momento, no ha realizado nombramientos al respecto sino que más bien ha mantenido en pie los ya realizados por Juan Pablo II (entre otros, el de la religiosa salesiana, sor Enrica Rosanna, subsecretaria para la congregación de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, y el de la doctora Mary Ann Glendon, presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales). Pero no todo ha quedado ahí. Para el sínodo sobre la Eucaristía de octubre de 2005, Benedicto XVI convocó a una docena de auditoras para participar en el mismo: desde la ex embajadora de Filipinas ante la Santa Sede, Enrietta Tambunting de Villa, hasta una fundadora, miembros seglares de movimientos eclesiales y, por supuesto, religiosas de distintas congregaciones.

Propiamente hablando no se puede hacer referencia a una doctrina pontificia sobre la mujer. Ni el actual ni el pontificado anterior la tuvo. Y es que la feminidad no es doctrina de un Papa sino riqueza de la Iglesia entera. Con los documentos que sacó Juan Pablo II, el pontífice no hizo más que evidenciar lo que la Iglesia ha creído y defendido sobre la mujer apoyada en el principio paulino según el cual para los bautizados “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”. El motivo es que “todos somos uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28), “es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas”.
Es a la luz de esas funciones específicas que se debe captar la respuesta expresada a modo de negativa para el acceso de la mujer a las órdenes Sagradas. Y es que la Iglesia no se puede entender al modo democrático y meramente político. El que muchos quieran una aportación más clara y visible de la mujer en puestos de mayor responsabilidad parece inquietud justa entendida al modo meramente humano de paridad de oportunidades, pero no es así. “Como sabemos, el ministerio sacerdotal, procedente del Señor, está reservado a los varones, en cuanto que el ministerio sacerdotal es el gobierno en el sentido profundo, pues, en definitiva, es el Sacramento el que gobierna la Iglesia. Este es el punto decisivo. No es el hombre quien hace algo, sino que es el sacerdote fiel a su misión el que gobierna, en el sentido de que es el Sacramento, es decir, Cristo mismo mediante el Sacramento, quien gobierna, tanto a través de la Eucaristía como a través de los demás Sacramentos, y así siempre es Cristo quien preside”.
Y es que el sacerdocio se ha llegado a interpretar como un derecho, cuando es un servicio propio del varón con vocación a servir como presbítero. Interrogado sobre el tema de la aportación clara y visible de la mujer en la Iglesia, el Santo Padre declaró a los periodistas de Radio Vaticano y cuatro cadenas alemanas (Bayerischer Rundfunk, ARD, ZDF y la Deutsche Welle): “…no hay que pensar que en la Iglesia la única posibilidad de desempeñar un papel importante es la de ser sacerdote. En la historia de la Iglesia hay muchísimas tareas y funciones. Basta recordar las hermanas de los Padre de la Iglesia, y la Edad Media, cuando grandes mujeres desempeñaron un papel muy decisivo, y también en la época moderna. Pensemos en Hildegarda de Bingen, que protestaba enérgicamente ante los obispos y el Papa; en Catalina de Siena y en Brígida de Suecia. También en los tiempos modernos las mujeres deben buscar siempre de nuevo -y nosotros con ellas- el lugar que les corresponde. Hoy están muy presentes en los dicasterios de la Santa Sede. Pero existe un problema jurídico: el de la jurisdicción, es decir, el hecho de que, según el derecho canónico, la facultad de tomar decisiones jurídicamente vinculantes va unida al Orden Sagrado”.
Encontrar el lugar que les corresponda significa para el Papa que tienen un lugar; partiendo de ahí ahora hay que reencontrarlo o toparse con él por vez primera. No se trata de buscar nuevos lugares sino de retomar los que ya existen. Al decir “nosotros con ellas” está significando que para determinar si realmente el lugar reencontrado es efectivamente tal, debe contar con la confirmación de la autoridad respectiva.

En marzo de 2006, un joven sacerdote preguntó al Papa: “¿Por qué no hacer que la mujer colabore en el gobierno de la Iglesia? Convendría promover el papel de la mujer también en el ámbito institucional y ver que su punto de vista es diverso del masculino”. La prensa mundial hizo grande eco de la pregunta y poco caso y publicidad a la respuesta. El Papa respondió con ternura y profundidad: “Siempre me causa gran impresión, en el primer Canon, el Canon Romano, la oración especial por los sacerdotes. En esta humildad realista de los sacerdotes, nosotros, precisamente como pecadores, pedimos al Señor que nos ayude a ser sus siervos. En esta oración por el sacerdote, y sólo en esta, aparecen siete mujeres rodeando al sacerdote. Se presentan precisamente como las mujeres creyentes que nos ayudan en nuestro camino. Ciertamente, cada uno lo ha experimentado. Así, la Iglesia tiene una gran deuda de gratitud con respecto a las mujeres (…) Las mujeres hacen mucho por el gobierno de la Iglesia, comenzando por la religiosas, por las hermanas de los grandes Padres de la Iglesia, como san Ambrosio, hasta las grandes mujeres de la Edad Media: santa Hildegarda, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila; y recientemente madre Teresa. (…) como sabemos, el ministerio sacerdotal, procedente del Señor, está reservado a los varones, en cuanto que el ministerio sacerdotal es el gobierno en el sentido profundo, pues, en definitiva, es el Sacramento el que gobierna la Iglesia. Este es el punto decisivo. No es el hombre quien hace algo, sino que es el sacerdote fiel a su misión el que gobierna, en el sentido de que es el Sacramento, es decir, Cristo mismo mediante el Sacramento, quien gobierna, tanto a través de la Eucaristía como a través de los demás Sacramentos, y así siempre es Cristo quien preside[1] <#_ftn1> ”. No es el hombre quien gobierna, ¡es el sacramento! Por tanto no cabe hablar de discriminación. Es Cristo en definitiva quien gobierna.
El actual Pontífice se ha mostrado sabio y delicado a la hora de aclamar la figura de la mujer así como en los momentos en los que ha recordado cuál no es su función y los motivos de ello. Bien puede pensarse que lleva en la mente aquel sentido agradecimiento que con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer en Pekín redactó Juan Pablo II a modo de carta.

4. Agradecimiento a las mujeres

Benedicto XVI no cesará de reivindicar la riqueza del genio femenino. Ya lo ha hecho y, qué duda cabe, lo seguirá haciendo. El reflejo de esas manifestaciones comienza a dejarse sentir en muchos otros ámbitos de la Iglesia. Cómo no traer a cuento aquellas palabras de gratitud pensadas, escritas y pronunciadas por aquel gran poeta y Papa, Juan Pablo II, que hayan eco en su predecesor:

“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu feminidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

Ejercicios espirituales de Benedicto XVI y la curia romana


El Santo Padre Benedicto XVI ha dedicado esta primera semana de Cuaresma, como viene siendo habitual, a sus ejercicios espirituales anuales. En esta ocasión, los ejercicios han sido predicados por el P. Enrico dal Cóvolo, sacerdote salesiano, con el tema genérico ‘Lecciones de Dios y de la Iglesia sobre la vocación sacerdotal’. A lo largo de las meditaciones diarias, el padre predicador ha abordado la presentación de los primeros modelos de vida sacerdotal, como lo son algunos padres de la Iglesia, y en especial San Agustín. El miércoles los ejercicios espirituales estuvieron dedicados a la celebración de una Jornada penitencial y el jueves será a la contemplación del ministerio de Cristo con las historias de vocación de los primeros discípulos. La de ayer fue una jornada mariana, con varios temas en los que María estará en el centro de las meditaciones. Hoy, día 27 de febrero, ha tenido lugar la conclusión de los Ejercicios Espirituales del Papa y la Curia Romana en la Capilla Redemptoris Mater, con la celebración de Laudes y la meditación conclusiva -la número 17- sobre la “llamada de los primeros “diáconos”.

Oración a San Gabriel de la Dolorosa


¡Oh bienaventurado Gabriel de la Dolorosa, que, por vuestra afectuosísima devoción a la ínclita Virgen afligida al pié de la cruz, llegasteis a ser espejo de inocencia, modelo de santidad y taumaturgo del presente siglo por los estupendos milagros obrados en derredor de vuestro sepulcro! Dignaos mirarme benévolo desde el cielo y recabadme de la munificencia divina las fuerzas que he menester para precaver los peligros del alma, despreciar los halagos del mundo, neutralizar las asechanzas del demonio, triunfar de mis pasiones, llorar contrito mis culpas, secundar con generosidad de corazón las divinas inspiraciones y labrar mi santificación mediante un afecto sincero a la Pasión de Jesús y a los Dolores de mi Madre Maria, a fin de que, siguiendo vuestros ejemplos aquí en la tierra, pueda igualmente haceros compañia en el cielo por toda la eternidad. Así sea.

San Gabriel de la Dolorosa - 27 de Febrero


Para conocer su hagiografía clickear sobre la imagen.

viernes, 26 de febrero de 2010

"Cualquier aborto es un asesinato infame"


ROMA, 25 (de la corresponsal de EUROPA PRESS, Gloria Moreno)

El presidente emérito del Consejo Pontificio de Pastoral Sanitaria del Vaticano, el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, calificó hoy la nueva ley del aborto aprobada ayer en España como una "anti-ley", ya que una norma que "ha sido concebida para matar no puede ser considerada una ley".

En declaraciones a Europa Press, Barragán consideró que, en realidad, "toda ley del aborto es una anti-ley" ya que "cualquier aborto es un asesinato infame" y, por lo tanto, cualquier norma que lo legalice se convierte en un "atentado contra la vida humana".

"La moralidad está más allá del consenso social, se basa en valores objetivos, tal y como es el del derecho a la vida, que no es un valor negociable y, por lo tanto, no puede ser sometido a votación", agregó.

"La ley que prohíbe matar a un inocente está dentro del pensar universal de todos los pueblos y es algo que no se somete a los dictados caprichosos de un determinado Gobierno", sentenció el cardenal, que hasta el año pasado presidía el organismo vaticano que se ocupa de Sanidad.

En este sentido, Barragán insistió en que "el Parlamento no puede convertirse en una especie de varita mágica con la que se pueden cambiar los valores fundamentales", así como "no se podría decidir por votación que a partir de ahora las 12 del mediodía serán las 12 de la noche".

Como es habitual, el Vaticano ha preferido no pronunciarse de modo oficial sobre la nueva ley española, ya que "eso es algo de lo que se suele ocupar la jerarquía local", explicó a Europa Press el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi.

"EMPEORA MÁS LAS COSAS"

Aun con todo, tanto las declaraciones de Barragán, que habló a título personal, como las de otros miembros de la Curia reflejan la preocupación que la ley despierta en el seno de la Iglesia católica, tal y como señaló el canciller de la Academia Pontificia para la Vida, el sacerdote español Ignacio Carrasco.

En declaraciones a Europa Press, Carrasco consideró que "cualquier ley del aborto en sí es éticamente inaceptable al consistir en la eliminación de un ser humano", por lo que "se entiende que una ampliación de dicha ley empeora todavía más las cosas".

En particular, el eclesiástico criticó el que la ley deje que sean las menores las que decidan autónomamente si abortar o no ya que "ante un problema tan serio como es el de un embarazo no deseado necesitan más que nunca la ayuda y el acompañamiento de sus padres".

Por lo demás, Carrasco señaló que "aunque se diga que el aborto es un mal menor, no deja de ser un mal y, en este caso, además, un mal que sería evitable y que podría solucionarse de otras maneras, tal y como demuestra la protagonista de la película Juno, por ejemplo", en la que una adolescente, tras quedarse embarazada, decide tener el niño y darlo en adopción.

Además de sustituir el aborto con "medidas alternativas de ayuda y apoyo" a las mujeres que se quedan embarazadas sin quererlo, Carrasco consideró necesario "favorecer a través de la educación una cultura de la vida, según la cual, la sociedad conciba al embrión y al feto como una vida que merece ser vivida", concluyó.

San Néstor, Obispo de Magido, Mártir - 26 de febrero


Polio, gobernador de Panfilia y Frigia durante el reinado de Decio, trató de ganarse el favor del emperador, aplicando cruelmente su edito de persecución contra los cristianos. Néstor, obispo de Magido, gozaba de gran estima entre los cristianos y los paganos, y comprendió que era necesario buscar sitios de refugio para sus fieles. Rehusando a ser oculto, el Obispo esperó tranquilamente su hora de martirio, y cuando se encontraba en oración, oficiales de la justicia fueron en su búsqueda.
Luego de un extenso interrogatorio y amenazas de tortura, el Obispo fue enviado ante el gobernador, en Perga. El gobernador trató de convencer al santo –primero con halagos y luego con amenazas- de que renegara de la religión cristiana, pero Néstor se mantuvo firme en el Señor, siendo enviado al potro, donde el verdugo le desgarraba la piel de los costados con el garfio. Ante la firme negativa del santo de adorar a los paganos, el gobernador lo condenó a morir en la cruz, donde el santo todavía tuvo fuerzas para alentar y exhortar a los cristianos que le rodeaban. Su muerte fue un verdadero triunfo porque cuando el Obispo expiró sus últimas palabras, tanto cristianos como paganos se arrodillaron a orar y alabar a Jesús.

San Alejandro, patriarca de Alejandría - 26 de febrero


San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.

Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.

No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.

BERNARDINO LLORCA, S, I.

San Porfirio, obispo - 26 de Febrero


San Porfirio nació en Tesalónica en el año 420. Cinco años más tarde pasó a Palestina y se fue a vivir a una cueva cerca del río Jordán. Pero allí la humedad lo hizo enfermar de reumatismo y cinco años después se fue a vivir a Jerusalén. En esta ciudad cada día visitaba el Santo Sepulcro, el Huerto de los Olivos, la Casa de la Ultima Cena y los demás santos lugares donde estuvo Nuestro Señor. Su reumatismo lo hacía caminar muy despacio y con grandes dolores y apoyado en un bastón. Sin embargo ningún día dejaba de ir a los Santos Lugares y Comulgar.

En aquellos tiempos llegó a Jerusalén un cristiano llamado Marcos, el cual se quedó admirado de que este hombre tan enfermo y con tan grandes dolores reumáticos no dejaba ningún día visitar los Santos Lugares para dedicarse allí a rezar y a meditar. Un día al ver que el santo sufría tanto al subir las escalinatas del templo, Marcos se ofreció para ayudarle pero Porfirio se negó a aceptar su ayuda diciéndole: "No está bien que habiendo venido yo aquí a expiar mis pecados sufriendo y rezando, me deje ayudar de ti para disminuir mis dolores. Déjame sufrir un poco, que lo necesito para pagarle a Dios mis muchos pecados". Marcos lo admiró más desde ese día y en adelante fue su compañero, su amigo y el que escribió después la biografía de este santo.

Lo único que le preocupaba a Porfirio era que no había vendido la herencia que sus padres le habían dejado en su patria, la cual quería repartir entre los pobres. Confió esta misión a Marcos, que partió rumbo a Tesalónica y a los tres meses volvió con el dinero de la venta de todas aquellas tierras, dinero que Porfirio repartió totalmente entre las gentes más pobres de Jerusalén.

Cuando Marcos se fue a Tesalónica estaba Porfirio muy débil y agotado, pálido y sin fuerzas. Y al volver a Jerusalén lo encontró de buenos colores y lleno de vigor y fuerzas. Le preguntó cómo había sucedido semejante cambio tan admirable y Porfirio le dijo:

"Mira, un día vine al Santo Sepulcro a orar, y mientras rezaba sentí que Jesucristo se me aparecía en visión y me decía: ‘Te devuelvo la salud para que te encargues de cuidar mi cruz’. Y quedé instantáneamente curado de mi reumatismo. Lo que los médicos no pudieron hacer en muchos años, lo hizo Jesús en un solo instante, porque para El todo es posible".

Y en adelante se quedó ayudando en la Iglesia del Santo Sepulcro, custodiando la parte de la Santa Cruz que allí se conservaba.

Como Porfirio había repartido toda su herencia entre los pobres, tuvo él que dedicarse a trabajos manuales para poder ganarse la vida. Aprendió a fabricar sandalias y zapatos y a trabajar en cuero y así ganaba para él y para ayudar a otros necesitados. Marcos, que era un hábil escribiente y ganaba buen dinero copiando libros, le propuso que él costearía toda su alimentación para que no tuviera que dedicarse a trabajos manuales agotadores. San Porfirio le dijo: "No olvidemos que San Pablo dijo en su segunda Carta a los tesaloniceses: "El que no quiere trabajar, que tampoco coma"; siguió ganándose el pan con el sudor de la frente, hasta los 40 años.

El obispo de Jerusalén al ver tan piadoso y santo a Porfirio lo ordenó de sacerdote. Y poco después recibió una carta del obispo de Cesarea pidiéndole que le enviara un santo sacerdote para darle una misión. Como Porfirio era un verdadero penitente que ayunaba cada día y rezaba horas y horas y ayudaba a cuanto pobre podía, el obispo de Jerusalén lo envió a Cesarea.

Y aquella noche tuvo Porfirio un sueño. Oyó que Jesús le decía: "Hasta ahora te has encargado de custodiar mi Santa Cruz. De ahora en adelante te encargarás de cuidar a unos hermanos míos muy pobres". Con eso entendió el santo que ya no seguiría viviendo en Jerusalén.

Al llegar a Cesarea el obispo de allá lo convenció de que debía aceptar ser obispo de Gaza, que era una ciudad muy pobre. Después de que le rogaron mucho, al fin exclamó: "Si esa es la voluntad de Dios, que se haga lo que El quiere y no lo que quiera yo". Y aceptó.

Al llegar a Gaza los paganos promovieron grandes desórdenes porque sentían que con este hombre se iba a imponer la religión de Cristo sobre las falsas religiones de los ídolos y falsos dioses. Porfirio no se dio por ofendido sino que se dedicó a instruir a los ignorantes y a ayudar a los pobres y así se fue ganando las simpatías de la población.

La ciudad de Gaza y sus alrededor estaban sufriendo un verano terrible y muy largo. Las cosechas se perdían y no se hallaban ya agua ni para beber. Los paganos esparcieron la calumnia de que todo esto era un castigo a los dioses por haber llegado allí Porfirio con su doctrina y sus cristianos. Y empezaron a tratar muy mal al obispo y a sus fieles seguidores. Entonces San Porfirio organizó una procesión de rogativas por las calles, rezando y cantando para que Dios enviara la lluvia, y al terminar la procesión se descargó un torrencial aguacero que llenó de vida y frescor todos los alrededores.

Los paganos se propusieron que de todos modos sacarían a Porfirio y a sus cristianos de aquella región y empezaron a emplear medidas muy violentas contra ellos. Pero se equivocaron. Creyeron que la piedad y la bondad del obispo eran debilidad y cobardía, y no era así. El santo se fue a donde el jefe del imperio que vivía en Constantinopla y obtuvo que le dieran un fuerte batallón de soldados que puso orden y paz en la ciudad. Y ya los paganos no pudieron atacarlo más. El no agredía a nadie, pero buscaba quién lo defendiera cuando trataban injustamente de acabar con la santa religión de Cristo.

Y después de varios años la acción evangelizadora de Porfirio y de sus sacerdotes llegó a ser tan eficaz que se acabó por completo allí la religión pagana de los falsos dioses, y desaparecieron los templos de los ídolos. Las gentes quemaron todos sus libros de magia y ya no hubo más consultas a brujas o espiritistas ni creencias supersticiosas.

San Porfirio construyó en Gaza un bellísimo templo. El día en que empezó la construcción del nuevo edificio recorrió la ciudad con enorme gentío cantando salmos y bendiciendo a Dios. Cada fiel llevaba alguna piedra o algún ladrillo u otro material para contribuir a la edificación de la Casa de Dios. La construcción duró cinco años y toda la ciudad colaboró con mucha generosidad. El día de la Consagración de la nueva catedral (domingo de Pascua del año 408) el santo repartió abundantísimas limosnas a todos los pobres de la ciudad. Siempre fue sumamente generoso en ayudar a los necesitados.

Los últimos años los dedicó pacíficamente a instruir y enfervorizar a sus sacerdotes y al pueblo con sus predicaciones, con su buen ejemplo y su oración.

El 26 de febrero del año 420 murió santamente.

jueves, 25 de febrero de 2010

Santa Jacinta - 25 de Febrero


Esta es una santa que tuvo dos conversiones (o cambios de costumbres de la maldad hacia la santidad). Ella, como San Agustín, tuvo que convertirse de una vida de mundanalidad a una vida de religiosidad, y luego como Santa Teresa, tuvo que convertirse de una vida de poco fervor a una vida de gran santidad.

Jacinta nació en una familia muy rica en Viterbo (Italia) en 1585. Era hermosa y coqueta. No pensaba sino en vanidades y lujos. Su deseo era contraer matrimonio con algún joven rico y famoso. Pero tuvo una gran desilusión cuando vio que su hermana, menos hermosa y menos vanidosa, lograba casarse con un señor muy importante de Roma, mientras que a ella, por lo demasiado superficial y orgullosa, la determinaban muy poco los jóvenes. Entonces se dedicó a mayores lujos y más coqueterías, pero esto no la hacía feliz, sino que la llenaba de infelicidad y desilusión. Sus papás estaban afanados al observar sus comportamientos tan mundanos, pero de pronto un día dispuso irse de monja al convento de las hermanas franciscanas. Tenía veinte años. Era la primera determinación verdaderamente prudente que tomaba en su vida. Era su primera conversión.

Pero le sucedió que al poco tiempo de estar en la Comunidad empezó a vivir una vida no de santidad sino de relajación. Exigió a las superioras que le permitieran tener allí en el convento todos los lujos que su familia muy rica le podía proporcionar, y más parecía una señorita de mundo que una fervorosa religiosa. Asistía con indiferencia alos actos religiosos y hacía poco caso a los avisos de sus superioras. Dios había obtenido que se hiciera religiosa, pero el diablo conseguía que no fuera una religiosa fervorosa.

Y he aquí que la misericordia del Señor le envió dos medios muy eficaces para convertirla. El primero fue una gravísima enfermedad, cuando tenía 30 años. Se sintió en las puertas del sepulcro. Y en medio de los fortísimos dolores se puso a pensar qué diría Nuestro Señor en el Juicio, a la hora de su muerte, si ella continuaba viviendo aquella vida de relajamiento y de indiferencia religiosa. Ofreció sus dolores a Dios para que la perdonara y para que le concediera el don de la conversión y mandó llamar a un santo sacerdote. Ahora Dios le iba a dar la salud del cuerpo y la salud del alma.

Y aquí le llegó el segundo medio que el cielo le enviaba para que se convirtiera. Aquel sacerdote franciscano era muy estricto y al llegar a su celda y verla tan llena de lujos y adornos le dijo que él no la podía confesar porque ella vivía más como una mundana que como una religiosa franciscana. Y se alejó diciéndole que el Paraíso no estaba destinado para los que viven como ricos comodones y orgullosos, sino para los pobres de espíritu que viven sin lujos ni cosas innecesarias.

Esta enérgica determinación del Padre confesor la hizo cambiar completamente. Mandó sacar todos los lujos de su habitación, y al día siguiente al volver el santo sacerdote, hizo Jacinta una confesión de toda su vida, llorando de todo corazón y arrepintiéndose de todos sus pecados. Y desde aquel día su vida fue otra, totalmente distinta. Dios le había concedido el don de la verdadera conversión. Dejó sus vestidos lujosos y sus vanidades y empezó a vestir como la religiosa más pobre del convento.

Desde el día de su conversión Jacinta ya no toma alimentos finos y rebuscados como antes, sino que se alimenta de lo más pobre y ordinario de aquel convento. A nadie le permite que le recuerde que viene de una familia muy rica sino que pide que la llamen simplemente la hermana Jacinta y que la traten como a la más pobre de las hermanitas.

Las actas de su canonización dicen que "su mortificación era tan grande, que la conservación de su vida era un constante milagro".

Eligió como Patrono al arcángel San Miguel para que la defendiera de los continuos ataques del demonio. Ya no volvió a salir a visitas y charlatanerías con familiares o a reuniones mundanas. Meditaba frecuentemente en los sufrimientos de Cristo Crucificado y esto la impulsaba a sufrir con mucha paciencia por amor al Redentor.

Su humildad era admirable. Se consideraba la más manchada pecadora del mundo. Su habitación era totalmente pobre sin adornos ni comodidades. Pedía perdón a las demás religiosas por los malos ejemplos que les había dado en sus primead para comprender a las más débiles. Tenía el don de consejo y eran muchas las personas que la consultaban.

Durante 17 años sufrió de dolorosísimos cólicos estomacales y cuando se hallaba sola lloraba y se retorcía, pero cuando estaba atendiendo a otras personas se le veía sonreír como si nada estuviera sufriendo. Cuando alguien le decía que sus sufrimientos eran muy grandes, exclamaba: "Más me merezco, por mis pecados". Y consideraba sus penas y dolores como el mejor medio para pagarle a Dios los pecados con los cuales lo ofendió en su juventud.

Tres medios empleaba para crecer en santidad: largas horas rezando y meditando ante el Santísimo Sacramento y ante la imagen de Jesús crucificado. La lectura de libros espirituales. Y el seguir los sabios consejos del sacerdote que la había convertido, el Padre Bernardo Bianchetti.

Lo que más pedía a Dios era la conversión de los pecadores. Y con sus oraciones y sacrificios obtuvo del cielo la conversión de un temible pecador de Viterbo, Francisco Pacini, y este cambió de tal manera su comportamiento que no sólo sus maldades antiguas sino que en adelante se dedicó ayudar a la santa en sus actividades apostólicas y en asociaciones espirituales.

Santa Jacinta fundó dos asociaciones piadosas. La Compañía de Penitentes y los Oblatos de María. Estas personas se dedicaban a visitar enfermos, a instruir niños en la religión y a desagraviar a Dios por las ofensas que se le hacen. La santa propagó mucho en Viterbo la piadosa costumbre de las 40 horas de adoración al Santísimo Sacramento.

Santa Jacinta logró por medio de sus cartas, muchas conversiones de pecadores. A algunas superioras de conventos que no exigían a sus religiosas el estricto cumplimiento de sus deberes les escribió cartas muy severas y obtuvo que varias casas religiosas volvieran al fervor. Las reuniones mundanas de las gentes cambiaban de temas y empezaban a hablar de cosas espirituales y piadosas cuando llegaba nuestra santa, y su presencia hacía un gran bien a esas gentes.

Santa Jacinta hacía el viacrucis por las noches, sola, en el templo, con una pesada cruz sobre sus hombros, y con los pies descalzos.

Su amor a la Virgen María era tan grande que cuando oía pronunciar su nombre se le llenaban de suaves colores su cara y su aumentaba su entusiasmo.

Su práctica de piedad preferida era la Santa Misa, y asistía a ella con tan gran fervor que frecuentemente estallaba en lágrimas de emoción. Después de la comunión se quedaba un largo rato dando gracias a Nuestro Señor y a veces se quedaba en éxtasis.

Dios le dio un don de profecía, y anunció muchas cosas que iban a suceder en el futuro. También obtuvo el don de los milagros y consiguió admirables curaciones. Y el Señor le concedió el don de conmover los corazones, aun los más duros y empedernidos, y por eso conseguía tantas conversiones.

Murió San Jacinta en el año 1640, y después de muerta obtuvo para sus devotos tan grandes favores y milagros, que el Santo Padre el Papa Pío Séptimo la declaró santa. Su cuerpo se conserva i duros y empedernidos, y por eso conseguía tantas conversiones.

Murió San Jacinta en el año 1640, y después de muerta obtuvo para sus devotos tan grandes favores y milagros, que el Santo Padre el Papa Pío Séptimo la declaró santa. Su cuerpo se conserva incorrupto en Viterbo.

La Santa Sede declaró al canonizarla: "El apostolado de Jacinta ganó más almas para Dios que los sermones de muchos predicadores".

El Sacrificio de la Misa: ¿qué enseña la Escritura?


Querido amigo protestante:

Me preguntas porqué los católicos re-sacrifican a Jesucristo continuamente en la Misa. Te voy a contestar esta pregunta pero no en dos o tres líneas. Si estás verdaderamente interesado en lo que la Iglesia Católica enseña, y creo que lo estás, te trataré como a un amado hermano en Cristo e intentaré una explicación más profunda. La cuestión será respondida a su debido momento, una vez que te haya dado un pantallazo sobre asuntos más de fondo. Usaré desde el primer momento las Escrituras y la historia. Me gustaría antes de nada definir algunos términos y fuentes de autoridad en este campo antes que comencemos.

Cuando lleguemos al momento de la respuesta, si bien tal vez no estés de acuerdo conmigo, sin embargo podrás ver que los católicos tienen una montaña de evidencia bíblica para hablar de la Misa. La de los católicos es una posición que ciertamente se puede mantener no sólo con evidencia bíblica, sino también histórica, y se enmarca muy bien en la visión global de salvación, según lo ha revelado Dios. Y si no llegamos a coincidir en todo, entonces quedará claro que en los textos bíblicos no todo es claro y evidente, y gente que se acerca a la Biblia honestamente puede tener desacuerdos. Nosotros leemos la Biblia - tu y yo - a través del cristal de la tradición, yo de una tradición que lleva dos mil años, tu a través de una que lleva quinientos.

Según entiendo, tu pregunta se puede resumir así: ¿Cómo puede ser la Misa, es decir, el ofrecimiento incruento de Cristo, un verdadero sacrificio, mientras que a la vez los católicos niegan que sea un re-sacrificar a Jesucristo? Si en verdad es un sacrificio, ¿no es eso negar y contradecir directamente las Escrituras, que nos enseñan que Jesucristo se sacrificó de una vez y para siempre? ¿No es suficiente aquel sacrificio de Cristo? ¿Porqué debemos acudir a otros repetidos sacrificios? ¿Cómo podemos llamar al sacrificio de Cristo “ofrenda”, y al mismo tiempo llamar “ofrenda” a la Misa? ¿No hacen injuria a Cristo los católicos celebrando “sacrificios”?



Presupuestos necesarios antes de entrar en tema

Antes que profundicemos sobre el sacrificio de la Misa, debemos preguntarnos con qué autoridad, es decir, a partir de cuáles fuentes autoritativas sabemos nosotros qué cosa es la Eucaristía, qué cosa representa, y como la debemos celebrar. Como un buen protestante que era, yo consideré siempre la Cena del Señor o Comunión como un rito que celebrábamos una vez al mes para recordar mentalmente qué cosa el Señor hizo por nosotros. Así de simple. Sin embargo, la Iglesia Católica hoy, y la Iglesia de los primero siglos, entendieron la Eucaristía como mucho más que eso. Entonces, ¿es la Eucaristía algo más que un simple recuerdo? ¿Cómo lo podemos saber? Y antes que nada, el Nuevo Testamento ¿enseña todo lo que la Eucaristía es y significa? De hecho, tenemos en las Escrituras pocos detalles de esa celebración[1]. Los detalles fueron dados a los creyentes por Pablo y los Apóstoles en persona, mientras vivían y establecían sus tradiciones en las Iglesias (2Tes 2,15; 3,6; 1Cor 11,2). Los escritos del Nuevo Testamento no tenían la intención de ser manuales sobre “Cómo celebrar la Cena del Señor”. Más bien, esa información había sido ya entregada a las iglesias y confiadas a los “superintendentes” (obispos). Las cartas consiguientes fueron instrumentos correctivos, para enderezar abusos en lo que ya había sido enseñado con anterioridad.

El sentido de estas líneas, antes de pasar a explicar qué cosa sea la Eucaristía, es demostrarte que uno no puede ir a la Biblia presuponiendo que todos los detalles y explicaciones sobre todas las cosas estarán allí claramente expresadas, como si fuese un “divino manual” de cómo celebrar la Cena del Señor, a modo de “guía para la celebración”. Las cosas no son así[2]. El hecho que los Reformadores, reunidos en Marburg (Alemania) en 1529 no llegaron ni remotamente a un acuerdo sobre el tema de la Cena del Señor, creo que es algo muy significativo. Cuando visité Marburg en 1983, buscando mis raíces protestantes, vi con interés el mural que los representa, sentados, debatiendo hasta los menores detalles, pero sin poder llegar a una conclusión unánime sobre el significado de las Escrituras con respecto al tema. Si la evidencia bíblica es tan clara, como algunos dicen, no entiendo porqué incluso aquellos grandes “reformadores” de la Iglesia, y todos sus 28.000 grupos protestantes herederos de ese pensar, tengan tantas diferencias al respecto, llegando algunos a negar que la Eucaristía (y también el Bautismo) tenga ningún valor en el plan actual de salvación (con “plan actual de salvación” traducimos aquí lo que los anglófonos llaman “dispensation”, “dispensación”; en la teología católica eso se llama “economía de la salvación”). ¿Te das cuenta que hubo una sola doctrina sobre la Eucaristía por mil quinientos años, desde el primer siglo de la historia de la Iglesia? Cuando los “reformadores” abrieron las compuertas de las confusión, causada por la libre interpretación y el juicio privado, la misma tomó forma de distintas escuelas dogmáticas. No habían pasado aún cincuenta años desde las “95 tesis” de Lutero, se publicó un libro en alemán que llevaba por título: “Doscientas definiciones de las palabras ‘Esto es mi Cuerpo’ ”

Desde la perspectiva de Lutero, desanimado por las facciones que ya comenzaban a formarse, escribió: “Hay casi tantas sectas y creencias como cabezas; este no admite el Bautismo; aquel rechaza el Sacramento del altar; un tercero dice que hay un mundo intermedio entre el presente y el día del juicio; no falta quién enseña que Jesucristo no es Dios. No hay nadie, sin embargo, por más bufón que sea, que no afirme que él está inspirado por el Espíritu Santo, y que no considere como profecías sus sueños y desvaríos” (citado en Leslie Rumble, Bible Quizzes to a Street Preacher [Rockford, IL: TAN Books, 1976], 22).

Desde la perspectiva de la Iglesia primitiva, la celebración de la Eucaristía fue entregada en herencia a la Iglesia por los mismos Apóstoles, y no por medio de “manuales”, y ni siquiera por cartas apostólicas, que vendrían luego. La Iglesia era la depositaria de esta información y de esta práctica, la depositaria de la enseñanza apostólica. Fue ella la que entregó a las futuras generaciones la enseñanza y la práctica que había recibido. Es en este sentido que la Iglesia habla de la “Sagrada Tradición” que en ella se preserva. Por eso considero que los Padres Apostólicos y los demás Padres de la Iglesia son muy importantes, pues ellos son testigos auténticos de la Tradición Apostólica “depositada en la Iglesia, al modo como un hombre rico deposita su dinero en un banco” (San Ireneo). Esta era, de hecho, la primera y primordial fuente de instrucción durante los primeros siglos. El principio de la Sola Scriptura simplemente no existía; es más, los Padres rebatían a aquellos que proponían doctrinas supuestamente bíblicas que no contaban con el apoyo de la enseñanza y Tradición Apostólica constantes. Era la Iglesia la que trasmitía la verdad. Ella era “la columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3,15). Martín Lutero escribe: “Esto sí debemos concederles (a los católicos) como verdadero, a saber, que el Papado tiene la Palabra de Dios y el oficio de los Apóstoles, y que nosotros hemos recibido las Sagradas Escrituras, el Bautismo, el Sacramento y el púlpito de ellos. ¿Qué sabríamos de estas cosas si no fuera por ellos? (Sermons on the Gospel of John, Chap. 14-16, 1537, en el volumen 24 de Luther’s Works, St. Louis, Missouri: Concordia Publi. House, 1961, 304).

De modo que no contestaré a tu pregunta recurriendo solamente a la Biblia, aunque por cierto haré eso también; consultaré también a los Padres de la Iglesia, porque respeto el modo cómo ellos interpretaron los textos y las enseñanzas. Ireneo que Clemente, “vio a los santos Apóstoles y conversó con ellos, sonándole aún en sus oídos sus predicaciones, y teniendo las autenticas tradiciones ante sus propios ojos. Y él (Clemente) no era el único; vivían aún muchos que habían sido instruidos por los Apóstoles... En el mismo orden y con la misma sucesión la auténtica tradición recibida de parte de los Apóstoles y entregada por la Iglesia, y la predicación de la verdad, han sido confiadas a nosotros”. (Adversus Haereses, 3.3.2s). Yo respeto sus enseñanzas - debo admitirlo - más de lo que lo hacen los evangélicos de hoy en día, que han tirado por la borda y contradicho quince siglos de presencia y guía del Espíritu Santo en su Iglesia. Encuentro particularmente curioso cuánto aprecian, muchos evangélicos, a sus profesores y maestros actuales, y a la vez cuánta ignorancia tienen de aquellos primeros maestros, maestros ciertamente extraordinarios.



¿Qué es la Misa?

Con este breve trasfondo, vayamos un poco más adelante. Preguntas qué significa la palabra “Misa”. En sí misma la palabra es insignificante. Viene de la conclusión latina de la celebración, cuando el sacerdote despide la asamblea con las palabras: Ite, Missa est, que literalmente significa: “Id, es ya el final”. El uso prolongado de este saludo final hizo que la palabra “Misa” significase toda la celebración.

La Misa es una liturgia o servicio muy amplio y profundo, que contiene misterio y tipología. Incorpora la belleza y el poder de la Pasión de Cristo, recreándola frente a nuestros ojos. Es simbólica y es real, de lenguaje simple y a la vez tipológico. Es paradojal y a la vez simple. Contiene toda la dignidad, profundidad, simbolismo, hondura y realidad espiritual que se esperaría del acto de culto central de la Iglesia fundada por Jesucristo y los Apóstoles. Incorpora toda la tipología del Antiguo Testamento, que era su sombra. La Misa fue profetizada por Malaquías (Mal 1,11), como lo entendió la Iglesia primitiva (lo veremos más adelante). “Misa” es simplemente otro título del servicio divino, de la liturgia, del compartir el Cuerpo de Cristo en la Cena del Señor.



La Misa como sacrificio: el Altar

¿Significa la Misa un verdadero sacrificio? Si, de varios modos. Describo el más sencillo en primer lugar. En el Antiguo Testamento, un sacrificio comenzaba con una ofrenda, algo que era llevado solemnemente ante la presencia de Dios, y allí ofrecido a Él. Este es el primer sentido de “oferta” o “sacrificio” en la Misa. El pueblo de Dios se reúne alrededor de la mesa del Señor (es decir, del altar, el lugar del sacrificio; Mal 1; 1 Cor 10,21). A los Israelitas Dios les manda que traigan las primicias de la tierra para ser puestas en el altar y ofrecer así su adoración. “ ‘Y ahora, he aquí he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, Señor’. Y lo dejarás delante del Señor tu Dios, y adorarás delante de Señor, tu Dios” (Dt 26,10).

La Iglesia siempre ha considerado esto, en la Misa, como profundamente significativo. Cuando nos reunimos, cada uno desde su propio lugar, para adorar a Dios, traemos nuestros dones para ofrecerle. En un cierto sentido, estos son depositados sobre el altar como una ofrenda. ¿Qué ofrecemos a Dios? Muchas cosas: a nosotros mismos (Rm 12,12), nuestras alabanzas (Heb 13,15) y nuestros dones (1Cor 16,2), etc. El ofertorio, durante la celebración, es la manera de ofrecer estas cosas a Dios de modo real y a la vez simbólico. Dicho sea de paso, “símbolo” no es una mala palabra... Tengo un amigo que dice que el Evangelio ya no encierra más simbolismos. Tiene razón, ahora se revela mediante símbolos. Lo más extraño, es que este amigo mío celebra “la Cena del Señor” y dice que es solamente ... ¡un símbolo! A mi modo de ver, esto es una contradicción con sus principios. Los símbolos, de hecho, son necesarios, y corresponden perfectamente con el modo humano que nuestra mente tiene de entender. Usamos símbolo para todas las cosas. También para protestantes, el Bautismo y la Comunión son “símbolos”, al igual que las cruces en las iglesias, los altares de madera, las banderas cristianas, los anillos de boda, inclinar nuestras cabezas o hacer gestos con las manos, arrodillarnos, cerrar los ojos para rezar, tener “la Palabra de Dios en alto” cuando predicamos desde el púlpito, imponer manos, etc. Todas estas cosas son símbolos. (Para más sobre este tema, ver el excelente libro de Thomas Howard Evangelical Is Not Enough, publicado por Ignatius Press.)

Durante el ofertorio, traemos dos cosas para depositar en el altar. Pero antes que nada, ¿es el “altar” un concepto del Nuevo Testamento, o es resabia perimida del Antiguo? La Iglesia Católica tiene un altar (Heb 13,10; 1 Cor 10,21; etc). Ignacio de Antioquia (35-107 d.C.) y los primeros creyentes cristianos coinciden: “Asegúrense, por lo tanto, de que todos celebren una común Eucaristía; porque hay uno sólo Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, y una sola copa de unión con su Sangre, y un solo altar del sacrificio, del mismo modo como hay también un solo obispo, con su clero y mis compañeros servidores, los diáconos. Esto asegurará que todo lo que hagáis estará de acuerdo con la voluntad de Dios” (Carta a los de Filadelfia 4, escrito alrededor del 106 d.C.). Nota las cuatro palabras claves que constantemente aparecen: cuerpo, sangre, altar y sacrificio. El estudioso protestante J. N. D. Delly comenta sobre esta última cita: “La referencia de Ignacio a ‘un solo altar, del mismo modo como hay también un solo obispo’ nos revela que él también pensaba [en la Eucaristía] con términos de sacrificio”.

También hay un altar en el Cielo, de oro (Is 6,6; Ap 6,9; 8,3.5; 9,13; 11,1; 14,18; 16,7). Da la impresión que no podemos escapar de los altares..., comenzando con las ofertas sacrificiales de los hijos de Adán, pasando por Abraham, y llegando a la Cruz y la Mesa del Señor, el altar al que se refería el autor de la carta a los Hebreos; e incluso al final mismo del texto inspirado vemos que Dios no nos dispensó de los altares en esta nueva “era espiritual” en los cielos, sino que vemos que tiene un altar “de oro” frente a su trono, y el Cordero del sacrificio eternamente ante sus ojos. Impresionante. Los católicos tienen altares que representa tanto la Cruz del Señor como su Última Cena (en realidad una misma cosa); los protestantes tienen una mesa delante en sus templos que no es para nada un altar. De todos modos, aún conservan los así llamados “altar calls”, es decir, los llamados al altar, cuando invitan a la gente a venir adelante y recibir a Cristo. Es muy irónico ver cómo usan todos los símbolos de los católicos pero vacíos de su auténtico y original contenido. Retomaremos este tema más adelante.

En la Iglesia, después de la Liturgia de la Palabra y de la Oración de los Fieles, tenemos lo que llamamos “Ofertorio”. Aquí entregamos nuestros dones al Señor. También damos algo de nuestro dinero a Dios y a la Iglesia, para lo que haga falta. Esto correspondería a las ofrendas y diezmos del Antiguo Testamento. Se trata de una ofrenda en el sentido bíblico, es decir, algo entregado libremente, ofrecido al Señor.

Estos dones, reales y simbólicos, son traídos ante la presencia del trono de Dios; ellos representan a los creyentes, nosotros, que ofrecemos sobre el altar no solamente dones, sino también - y principalmente - a nosotros mismos, nuestras familias, todo lo que somos y tenemos. Cuando veo una familia, en la celebración dominical, llevando al altar los dones de pan y vino, me veo a mí mismo y a todo lo que poseo siendo recibido por el sacerdote y depositado sobre el altar. Me entrego a la Cruz, renuevo mi entrega a Dios, entrego mi vida como Él entregó la suya, me entrego a la voluntad de Dios, soy nuevamente ofrecido a Dios como sacrificio viviente y santo. Él toma lo poco que le puedo ofrecer, y lo convierte en el mismo Cristo. Todo lo que soy es consumido por el Padre, no ya en llamas de inmolación como sucedía en el Antiguo Testamento, sino en como una ofrenda y una bendición de acción de gracias y de aceptación. Me da la impresión que los católicos, frecuentemente, no se dan cuenta de la belleza de la Misa, como probablemente tú cuando eras un joven católico; esto sucede porque no leemos lo suficiente, no estudiamos, no rezamos, no practicamos suficientemente estos misterios tremendos. Es una verdadera lástima cuando estos riquísimos misterios están delante de nuestros ojos y nosotros no los advertimos. Jesús regañaba a sus seguidores, como lo hace aún hoy, diciéndoles ”Tienen ojos y no ven...” (Mc 8,18).

Llevamos al altar el vino y el pan, frutos de la tierra, dones de Dios, elaborados por las manos del hombre. Tomamos algo que Él nos dio, lo convertimos en pan y en vino, y le devolvemos parte de sus dones. Damos gracias a Dios por sus dones, por la vida, por los frutos de la tierra. “¡Bendigo seas por siempre, Señor!”.



¿Presencia Real o simbólica?

Ahora bien, el pan y el vino están sobre el altar. ¿Qué sucede luego? Sabemos que Jesús no dijo que el pan y el vino “representaban” su Cuerpo y su Sangre (aunque si en arameo existen las palabras para “representar”, que bien hubiese Él podido usar, si hubiese tenido esa intención), sino que dijo que el pan y el vino son su Cuerpo y su Sangre. De hecho algunos estudioso piensa que la palabra “cuerpo” en griego estaría traduciendo la palabra “carne” en arameo (la lengua que usó Jesús), ya que no hay una palabra más exacta para significar “cuerpo” en arameo que la palabra “carne”. De modo que Jesús estaría diciendo “Esta es mi carne”. ¿Suena bastante católico, verdad?

La Presencia Real de Jesús en la Eucaristía no fue jamás negada en la Iglesia primitiva, excepto por los gnósticos. ¿Porqué negarían los gnósticos la Presencia Real? Porque ellos consideran a Jesús como sólo un hombre, y Cristo sería un espíritu que vino sobre Jesús, es decir, serían Jesús y Cristo dos entidades distintas. Cristo no tuvo, según esta doctrina, un cuerpo real, y por lo tanto no puede existir tal cosa como Presencia Real del Cuerpo y Sangre de Cristo en la Eucaristía. Los Padres de la Iglesia, curiosamente, argumentaban en el sentido opuesto: dado que se da una Presencia Real en la Eucaristía, luego Jesús tiene que haber tenido un cuerpo real cuando vivió en la tierra. Un argumento más que interesante, ¿verdad? ¿No te resulta llamativo que los Protestantes sigan ahora el razonar del gnosticismo, en vez de acordar con las enseñanzas y prácticas de los primeros cristianos? No hubo otro modo de pensar en la Iglesia de los primeros siglos hasta bien llegado el siglo IX; y recién en el siglo XIV surgieron enseñanzas que negaban la Presencia Real del Señor en la Eucaristía, interpretando las palabras del Señor de un modo simbólico, en vez de literal. (¡Y pensar que son los Protestantes los que deben interpretar todo más literalmente!)

Imagínate por un momento a Jesús siendo interrumpido por Santiago o por Juan, mientras dice “Esto es mi Cuerpo”... Juan se apresura a corregirlo: “No, no es tu cuerpo, sólo simboliza tu cuerpo”. Y Jesús que lo mira con atención y le dice: “¿Qué has dicho?”. Como veremos, fue eso lo que le hizo perder la fe a Judas; fue precisamente en aquel momento de fe en la Eucaristía, que Satanás entró en él.

Dejaremos de un lado, por el momento, la cuestión de la Presencia Real, aunque en mi libro escribiré sobre el tema con lujo de detalles, y se estudiando el Antiguo como el Nuevo Testamento, la Iglesia primitiva, la Reforma y los tiempos modernos. También incluí en mi libro Crossing the Tiber una “Breve Historia de la Resistencia”; de esta resistencia - como sabes - tú eres (y yo era) descendiente.

Volviendo a la cuestión del Sacrificio: las palabras de Jesús en la institución de la Cena del Señor están cargadas de sentido sacrificial. De hecho toma lo que era un sacrificio (la Pascua) y lo transforma con nueva simbología y con nueva realidad. Aquello que los judíos comían cada año - y ellos tenían que comer el cordero del sacrificio, de lo contrario no tendría ningún efecto - simbolizaba al Cordero que habría de venir. Pero ahora que el verdadero Cordero se había ofrecido, debían también comer el Cordero, no de modo simbólico, sino real. Corderos temporales - Cordero Eterno. Los primeros eran símbolos, el segundo - Realidad. Los judíos previamente comían el símbolo, mientras que el nuevo Pueblo de Dios come la Realidad. ”Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”.¡Palabras por cierto extrañas! Cuando vemos estos pasajes en el original griego, y a la luz de la cultura judía - cosa que haremos enseguida - descubrimos que hay un uso extenso de terminología sacrificial.



Leyendo la Biblia en su contexto vital

Pero antes de entrar a ver la naturaleza sacrificial de la Eucaristía, recordemos algunos pasajes importantes de la Escritura: “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos... Entonces Jesús dijo: -Haced recostar a la gente. Había mucha hierba en aquel lugar. Se recostaron, pues, como cinco mil hombres. Entonces Jesús tomó los panes, y habiendo dado gracias, los repartió entre los que estaban recostados... Cuando fueron saciados, dijo a sus discípulos: -Recoged los pedazos que han quedado... Entonces, cuando los hombres vieron la señal que Jesús había hecho, decían: --¡Verdaderamente, éste es el profeta que ha de venir al mundo!” (Jn 6,4.10-14).

La palabra griega para “gracias” es “eucaristeo”, de donde proviene nuestro uso de la palabra “Eucaristía”. Juan, intencionalmente, repite esta palabra en el versículo 23, donde debe ser vista como una alusión a la intención eucarística del pasaje. Esta conclusión se justifica aún más si consideramos que el evangelio fue escrito al final del primer siglo, cuando la Cena del Señor era llamada, técnicamente, Eucaristía, como queda claro de las cartas de San Ignacio de Antioquia, discípulo de Juan (ver por ejemplo su carta a los Efesios 13, a los de Filadelfia 4, a los de Esmirna 7), y tantos otros. El estudioso protestante Oscar Cullman escribe: “El largo discurso de Jesús en el evangelio de Juan... ha sido considerado desde tiempos antiguos por la mayoría de los exegetas un discurso sobre la Eucaristía... Aquí el autor hace que el mismo Jesús establezca la separación entre el milagro de la multiplicación material del pan material y el milagro del Sacramento” (Early Christian Worship, traducido por A. Stewart Todd and James B. Torrance, Philadelphia, Westminster Press, 1953, p. 93).

Este es el único milagro obrado por Jesús en su ministerio terreno que ha sido registrado por los cuatro evangelistas, demostrando así la importancia del evento. Jesús establece el escenario para el discurso del “Pan de Vida”, que “ha bajado del cielo”. Con la multiplicación de los panes Jesús demuestra su poder para proveer de pan a todos, preparando una mesa en el “desierto”, que es un modo velado de hablar del mundo. Pronto veremos que Jesús explica que el pan que él ofrece, en la Eucaristía, es su carne, que “es ciertamente comida” que será suministrada a través de su Iglesia a todos los hombres, en todos los lugares, de todos los tiempos.

El tono sacrificial usado por los evangelistas en los evangelios sinópticos sugiere que los primitivos cristianos asociaban ya desde antiguo el milagro de los panes con la Eucaristía, teniendo en cuenta que los evangelios fueron escritos en la segunda mitad del primer siglo. El histórico protestante y anti-católico Philip Schaff escribe: “Aquí el más profundo misterio del cristianismo toma cuerpo una y otra vez, y la historia de la Cruz se reproduce ante nuestros ojos. Aquí la alimentación milagrosa de los cinco mil se perpetua espiritualmente... Aquí Cristo... da su propio cuerpo y sangre, sacrificados por nosotros... como comida espiritual, como el verdadero pan que baja del cielo” (History of the Church, Grand Rapids, MI, Eerdmans, 1980, 1:473).

En esta narrativa, Juan nos da una hermosa descripción de la Iglesia: “toda la gente” que hacían cinco mil personas (sin contar mujeres y niños) representan la Iglesia universal, reunida en “pequeños grupos” de cincuenta y de cien, que representan a las iglesias locales, todas alimentadas por Cristo, el gran Sumo Sacerdote, que distribuye “el pan” a todos, a través de las manos de sus sacerdotes, los Apóstoles. Más adelante, en el mismo capítulo, Jesús explica que el pan es su carne, que debe ser comida, así como debía comerse la carne del Cordero Pascual. Esta poniendo de este modo el fundamento para la futura enseñanza apostólica y para los sacramentos de la Iglesia.

Después de la multiplicación de los panes, Jesús dice: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre. El pan que yo daré por la vida del mundo es mi carne. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Y Jesús les dijo: --De cierto, de cierto os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida... Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también? Le respondió Simón Pedro: -Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 51-55, 66-68).

¿Cómo aceptarían los primeros destinatarios del evangelio de Juan? No olvidemos que este evangelio fue escrito entre el 90 y el 100 d.C. Según George Beasley-Murray, tal vez el exegeta bautista más importante en estos tiempos, “no es necesario interpretar el texto exclusivamente en el sentido del cuerpo y sangre de la última cena del Señor; sin embargo, es evidente que ni el evangelista ni sus lectores cristianos pudieron haber escrito o leído estos dichos de Jesús sin una referencia conciente a la Eucaristía; por lo menos hay que decir que ellos reconocieron el evento de la cena del Señor como el cumplimiento más perfecto (de lo dicho en el discurso del Pan de Vida)”. Ver George Beasley-Murray, John, vol. 36 del Word Biblical Commentary, Waco, TX, Word Books, 1987, p. 95).

En este discurso parecería como si Jesús se decide hablar de un modo particularmente difícil, deseando asustar a sus discípulos innecesariamente... Les habló palabras duras de entender, invitándolos, aparentemente, a ser caníbales; como resultado, muchos se escandalizaron y se alejaron definitivamente de él. La palabra griega que Juan usa para “comer”, no es la que se usa habitualmente para describir una delicada cena: es la expresión griega que significa “morder”, “comer ruidosamente”, y se podría traducir como “masticar” su carne (ver Raymond Brown, The Gospel according to John I-XII [New York, NY: Doubleday, 1966], 283). “Este escándalo – dice Cullman – pertenece ahora al Sacramento, del mismo modo que el escándalo contra el cuerpo humano pertenece al divino Logos” (Oscar Cullman, Early Christian Worship, 100). Y los Protestantes de tradición Anabaptista y Zwingliana sí se escandalizan por la Eucaristía. Este es el único caso (en el evangelio), al menos que haya sido registrado, de discípulos que se alejan de Jesús por una cuestión doctrinal. Como Protestante, yo también me había escandalizado y alejado del significado real de estas palabras. ¿Porqué Jesús no detuvo la desbandada de los discípulos? El hubiese podido, con facilidad, decirles: “Esperen, ¿no ven que estoy hablando de un modo simbólico? Retornad, pues les estaba hablando de modo figurativo”. Como no lo hizo, muchos de sus discípulos se alejaron de él. Pero los Doce permanecieron con él: se dieron cuenta que sus palabras eran palabras de vida eterna.

Este pasaje fue entendido, desde los primeros días de la Iglesia, como una explicación que anticipa la Eucaristía. San Basilio Magno (330-379 d.C.) escribió en su epístola Al patricio Coesaria, sobre la Comunión: “Es bueno y saludable comulgar todos los días, y participar así del santo cuerpo y sangre de Cristo. Porque él lo dice con gran claridad: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (The Nicene and Post-Nicene Fathers, 2d. series, 8:179). Según Raymond Brown, “hay dos grandes indicaciones que nos llevan a pensar que aquí (en Juan 6) se está hablando de la Eucaristía. La primera indicación es la insistencia de Jesús sobre la necesidad de comer y alimentarse de su cuerpo y su sangre: no podemos tomar estas palabras como una simple metáfora que nos hablaría de “aceptar su revelación”... De modo que si queremos atribuir a las palabras de Jesús en Juan 6,53 un sentido positivo, debemos referirlas a la Eucaristía: ‘Tomad, comed: esto es mi cuerpo; ... bebed ... esta es mi sangre’. La segunda indicación que se refiere a la Eucaristía es la fórmula que encontramos en Juan 6,51, donde Juan nos habla de ‘carne’, mientras los evangelios sinópticos, contando la Última Cena del Señor, nos hablan de su ‘cuerpo’. Sin embargo, hay que saber que no hay una palabra hebrea o aramea para ‘cuerpo’, como entendemos nosotros esta palabra; por este motivo, muchos estudiosos mantienen que en la Última Cena lo que Jesús verdaderamente dijo fue el equivalente arameo de ‘Esto es mi carne’.” (The Gospel According to John I-XII, 284-285). Debemos recordar una vez más que Juan escribió su evangelio entre el 90 y el 100 d.C.; de este período se conservan documentos que demuestran que la Eucaristía era claramente celebrada por la Iglesia Católica, en todo el Imperio Romano, como la participación en el cuerpo y la sangre de Cristo literalmente. Si la Eucaristía debía tomarse en sentido simbólico, y cualquier otra práctica se hubiese visto como idolatría, Juan hubiese podido aclarar fácilmente la doctrina, como de hecho le gustaba aclarar en su evangelio (ver Jn 1,42; 21,19). Hubiese podido aclarar a sus lectores que se trataba de un modo simbólico de hablar, y no significaba lo que los primeros cristianos pensaban que significaba. Pero Juan escribió un evangelio sacramental, y sabía exactamente lo que estaba escribiendo, y porqué.



El marco del discurso: la Pascua y el traidor

Luego leemos las palabras de Jesús a Judas en el mismo contexto de Juan 6: “Jesús les respondió: ¿No os escogí yo a vosotros, los doce, y sin embargo uno de vosotros es un diablo? Y Él se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste, uno de los doce, le iba a entregar” (Jn 6,70-71).

El contexto del pasaje es siempre importante para su interpretación. Mientras se lee la Biblia, hay que preguntarse siempre cosas como ¿porqué pone el autor este evento en este lugar, y no en aquel otro? O bien ¿qué conclusión espera de nosotros el autor al poner estas palabras en este contexto? En nuestro pasaje, nos parece contextualmente significativo que Juan mencione la traición de Judas en este lugar de su narración. ¿Dónde encontramos nuevamente, en los evangelios, el evento de la traición de Judas? En cada uno de los evangelios la mención de Satanás que entra en Judas se menciona en el contexto de la Última Cena. Cada evangelio comienza el relato con el aviso que era la Pascua, y termina con la aserción de que Satanás entró en Judas – exactamente como en Juan 6. Y esto se explica porque Juan enmarca su discurso eucarístico en el capítulo 6 de tal modo que el lector vea el claro paralelo con los relatos sinópticos de la Cena del Señor. El primer versículo de Juan 6 dice que Jesús dio su discurso sobre la necesidad de “comer su carne” durante la Pascua. La mención que luego hace de Judas parecería totalmente fuera de lugar aquí, excepto si se entiende dentro del marco “eucarístico” de todo el capítulo. ¡Qué maravillosa es la Biblia!



La institución de la Eucaristía

Pasemos ahora a ver la institución de la Eucaristía, según la trae el evangelio de Marcos (escrito en la última parte del primer siglo). Marcos escribió: “Y mientras comían, tomó pan, y habiéndolo bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos.” (Mc 14,22-24). Parece que Jesús, intencionalmente, usa terminología de Exodo 24,8: “He aquí la sangre del pacto que el Señor hizo con vosotros, según todas estas palabras”. Es aquí, como notarán, que Jesús cumplió lo prometido en Juan 6: “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre”. ¿Qué palabras podrían ser más claras que estas? En ese momento Jesús y los Apóstoles estaban comiendo la cena de la Pascua, el cordero del sacrificio, que era la prefiguración del cuerpo del Señor, y ahora, sentados en esa misma mesa, Jesús levanta un pedazo de pan y dice: “Esto es mi cuerpo”.

Es interesante notar que en el texto griego, el sustantivo “cuerpo” lleva un artículo definido que, según la gramática griega, hace que la expresión aparezca con particular fuerza, cosa que se pierde en la traducción al español. Literalmente podríamos traducirlo como “este aquí es mi cuerpo”; se está declarando que esto (el pan) es mi cuerpo. Jesús dijo estas palabras en arameo, la lengua que hablaban él y sus Apóstoles. Algunos estudiosos piensan que las palabras de Jesús aquí fueron “Esto es mi carne”, ya que no hay una palabra aramea para designar “cuerpo”, sino “carne”. Lo cual se entendería muy bien con aquello de Juan 6, cuando Jesús dice: “vosotros debéis comer mi carne y beber mi sangre”.

Ahora vemos lo que nos dice Lucas en su evangelio: “Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles, y les dijo: Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado una copa, después de haber dado gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios. Y habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros.” (Lc 22,14ss).

Pablo y Lucas agregan los elementos de “memoria”, “recuerdo” (griego “anamnesis”), que no incluye Marcos o los demás evangelios. Hay indicaciones de desarrollo litúrgico aún en el Nuevo Testamento mismo (ver The Study of Liturgy, ed. por Cheslyn Jones, Geoffrey Wainwright, Edward Yarnold, and Paul Bradshaw [New York, NY: Oxford Univ. Press; 1978, 1992], 204). La palabra “memoria” es un término sacrificial, y se usa en la versión griega de los Setenta (se llama la versión de “los Setenta” a la versión griega del Antiguo Testamento, que era ampliamente usada en los tiempos de Jesús). “En Lev. 24,7 la palabra anamnesis traduce el hebreo “azkarah”, que era una sacrificio memorial ... Este sacrificio particular (azkarah) era entendido como un recuerdo perpetuo de la alianza” (Dictionary of New Testament Theology, ed. por Colin Brown [Grand Rapids, MI: Zondervan Publ., 1979], 3:239). Anamnesis se usa en Números 10,10, donde nuevamente hace mención al sacrificio, por lo cual la expresión de Jesús en la Última Cena sin duda tenía para sus oyentes un carácter sacrificial. No podemos pensar que pasó inadvertido a Jesús, en aquel momento crucial de la Última Cena, el hecho que la palabra anamnesis (o su equivalente en arameo) tenía esa significación sacrificial... Más bien debemos pensar que lo que Jesús está haciendo es, precisamente, dar un contexto sacrificial a esa Eucaristía que instituye durante la celebración judía de la Pascua; Pablo, en 1 Corintios, parece que captó muy bien este aspecto.



Lo reconocieron…

Finalmente con respecto a Lucas, me gustaría comentar uno de los momentos más interesantes del Nuevo Testamento. Parece evidente que se está haciendo referencia en este pasaje a la Eucaristía, ya sea por el uso de la misma terminología, por el escenario de la historia, y por la fecha en que fue escrito el evangelio. Leemos en Lucas: “Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. Pero sus ojos estaban velados para que no le reconocieran. Y Él les dijo: ¿Qué discusiones son estas que tenéis entre vosotros mientras vais andando? ... Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras. Se acercaron a la aldea adonde iban, y Él hizo como que iba más lejos. Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero Él desapareció de la presencia de ellos. Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras? Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos ... Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan.” (Lc 24,13-17.25-33.35).

¡Qué modo en verdad extraño que tienen estos viajeros de contar cómo y cuándo reconocieron que era Jesús! ¡Y qué modo extraño de concluir con la narración evangélica! Después de su resurrección, Jesús les estaba explicando las Escrituras, mientras caminaban juntos. “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a Él en todas las Escrituras”. Este tiene que haber sido uno de los sermones explicativos más hermosos de todos los tiempos, ¡predicado por el mismo Jesús! Sin embargo, aún siendo el mismo Jesús el que les explica las Escrituras, ellos no entendieron quién era Él. Pero, cuando Jesús tomó el pan, lo partió, lo bendijo y se los dio “les fueron abiertos los ojos y le reconocieron”. Este es un paso muy interesante: los discípulos no presentan el “descubrir a Jesús” como consecuencia de una “predicación bíblica”, sino que más bien declaran que “le habían reconocido en el partir del pan” (Lc 24,35). Es de notar que Lucas emplea aquí las mismas palabras que Jesús usó unos capítulos antes, cuando instituyó la Eucaristía (tomó, bendijo, partió y dio). Las únicas veces que el Nuevo Testamento emplea estas palabras de esta manera son cuando el evangelista habla de la Eucaristía y... aquí en Lc 24. ¿Estaba Lucas tratando de decir algo, al cerrar su evangelio con este relato histórico? Raymond Brown escribe: “La insistencia que demuestra Lucas de explicar que los discípulos reconocieron a Jesús en el partir el pan, ha sido tomada comúnmente como una enseñanza eucarística, de modo de poder convencer a la comunidad de que también ellos podían encontrar a Jesús resucitado en el partir el pan eucarístico” (The Gospel according to John I-XII, 1100).



La Eucaristía en la enseñanza de Pablo

De cualquier modo que sea, vayamos ahora a las palabras de Pablo en 1 Corintios, sin perder de vista Malaquías 1,11. Pablo escribe: “Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que es para vosotros; haced esto en memoria de mí. De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis en memoria de mí. Porque todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él venga. De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor” (1Co 11,23-27).

Pablo confirma aquí las palabras de Jesús y la tradición oral de la Iglesia, ya que estas cosas no se habían escrito aún en los evangelios. De hecho, si damos un vistazo a la cronología, 1 Corintios es probablemente la primera evidencia escrita de las palabras de Jesús en la Última Cena. Digamos un par de cosas sobre este pasaje, antes de seguir adelante.

Las palabras “recibir” y “transmitir” son palabras técnicas usadas para la trasmisión de la tradición apostólica (ver también 1 Cor 15,3). Los corintios no aprendieron sobre la Cena del Señor leyendo el Nuevo Testamento. Lo aprendieron por la tradición entregada o transmitida por Pablo mediante enseñanza oral y ejemplos (2 Cor 11,2; 2 Tes 2,15; 3,6), tradición que Pablo, a su vez, recibió directamente del Señor, o tal vez directamente de los Doce Apóstoles (Gal 1,18, etc). Las cartas del Nuevo Testamento no tuvieron nunca la intención de reemplazar la tradición enseñada por los Apóstoles, Palabra Viva de Dios entregada personalmente (1 Tes 2,13). Las cartas de Pablo no se enviaban ni eran vistas como “manuales de iglesia” con instrucciones completas sobre la Cena del Señor, ya que los de Corinto ya habían sido instruidos convenientemente por el mismo Pablo, en persona. Sus cartas tenían como finalidad corregir abusos y prácticas defectuosas que se habían introducido en la práctica religiosa de los fieles de Corinto. La fe había sido entregada oralmente, por la instrucción hecha por parte de los apóstoles a los santos (Judas 3), es decir, a la Iglesia. Las cartas fueron enviadas mucho más tarde para alentar y exhortar las iglesias en lo que ellas ya sabían por tradición (1 Cor 4,17; 2 Pe 3,1-2).

Con respecto a la palabra “memoria”, debo hacer algunos comentarios. Según Thomas Howard, en su libro Evangelical Is Not Enough (San Francisco, Ignatius Press, 1984), la palabra “memoria” no expresa el contenido último de la palabra griega “anamnesis”, que es usada en el momento de la institución de la Eucaristía. “La palabra sugiere una memoria que, a la vez, significa un ‘hacer presente’ (106). El Theological Dictionary of the New Testament usa la palabra re-presentación y “el hacer presente por parte de la comunidad, al Señor que instituyó la Cena” (1:348). “Este re-llamar o re-presentar significa que algo ‘pasado’ se hace ‘presente’, algo que, aquí y ahora, nos afecta vital y profundamente. En otras palabras, la Eucaristía es el hacer presente al verdadero Cordero Pascual, que es Cristo… De este modo, desde los primeros días, la Iglesia entendió la Eucaristía como el ‘re-presentar’ del sacrificio de Cristo, con su poder salvador actual. Todas las antiguas liturgias dejan claro que en el culto eucarístico la Iglesia experimenta el poder del Salvador presente” (Olive Wyon, The Altar Fire, Londres, SCM Presss, 1956, 35-36). El autor protestante Max Thurian escribió: “Este memorial no es un simple acto de recogimiento subjetivo, es una acción litúrgica… que hace presente al Señor… que llama ante el Padre celestial, como un memorial, el único sacrificio del Hijo, y esto lo hace presente al Hijo en su memorial” (The Eucharistic Memorial, II, The New Testament, Ecumenical Studies in Worship, según se cita en el Dictionary of the New Testament, editado por Colin Brown, Gran Rapids, MI, Zondervan Publ. 1979, 3:244).

Jesús dice que el Cáliz es la Sangre de la Nueva Alianza, haciendo clara referencia a las palabras de Moisés. Este modo de hablar y usar los términos, está sacado ciertamente del lenguaje sacrificial del Antiguo Testamento, y Ex 24,8 en particular: “Entonces Moisés tomó la sangre y la roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según todas estas palabras.” Jesús nos está hablando de verdadera sangre, no de un vino simbólico que representa sangre. Haciendo referencia a las palabras de la alianza de sangre de Moisés, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza”, mientras entrega el cáliz a sus discípulos, ordenándoles que beban su sangre, de la cual Él les había hablado y explicado extensamente en su discurso de Juan 6.

Finalmente, una palabra con respecto a profanar el Cuerpo del Señor: ser culpable “del cuerpo y la sangre” de alguien tenía en aquel tiempo el significado de “ser culpable de homicidio”. ¿Cómo podía ser alguien culpable de homicidio si el cuerpo (pan) es sólo un símbolo? La presencia real del Cuerpo de Cristo es necesaria para que se pueda cometer una ofensa contra el mismo. ¿Cómo puede alguien ser culpable “del cuerpo y sangre de Cristo” por comer un trozo de pan o beber un sorbo de vino? “Nadie es culpable de homicidio si comete violencia contra la imagen o la estatua de una persona sin tocar a esa persona físicamente. Las palabras de Pablo no tienen sentido sin el dogma de la Presencia Real” (Leslie Rumble and Charles M. Carty, Eucharist Quizzes to a Street Preacher [Rockford, IL.: TAN Books, 1976], 7-8).

Me gustaría comentar un último pasaje de Pablo antes de considerar con más detalle el centro de la cuestión, es decir, el Sacrificio Eucarístico, y el hecho de que hay un solo sacrificio ocurrido en el tiempo, y que el sacrificio diario de la Misa es una re-presentación de aquél único y singular sacrificio, y no una re-crucifixión de Jesús. Tenme un poco de paciencia...

Pablo continúa: “Os hablo como a sabios; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de Cristo? Puesto que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. Considerad al pueblo de Israel: los que comen los sacrificios, ¿no participan del altar?... digo que lo que los gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios; no quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.” (1 Cor 10,15-18.20-21).

¿Qué significa, en este pasaje, la palabra “participación” (griego koinonía)? ¿Se trata de lenguaje simbólico? No, significa una participación real. San Agustín, queriendo describir lo que sucede en la Eucaristía, pone en boca de Jesús las siguientes palabras: “Tu no me vas a convertir en ti, como sucede con la comida corporal, sino más bien tu te convertirás en mí” (Confesiones, 7,10,16). Aún el Theological Dictionary of the New Testament de Gerhard Kittel enseña que “koinonia denota participación, comunión, con el sentido de cercanía profunda. Expresa una relación que es mutua. Significa participación, comunicación, comunión”.

San Juan Crisóstomo dice: “Porque, ¿qué cosa es el pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Y en qué cosa se convierten los que participan de él? En el Cuerpo de Cristo: no muchos cuerpos, sino en un solo cuerpo” (Homilía sobre 1 Corintios). No sólo participamos con un gesto simbólico, sino que, como lo dice claramente Pablo, participamos en verdad del cuerpo y sangre de Cristo. ¿Cómo podría ser eso así, si la participación es meramente simbólica? Los evangélicos fundamentalistas se atribuyen la cualidad de ser los que toman la Biblia en su sentido más literal: la Biblia dice lo que quiere decir, y quiere decir lo que dice. Sin embargo, como buen fundamentalista que era, no dudaba en dejar de lado el sentido literal de estos pasajes, como así también la interpretación de la Iglesia primitiva, para poder quedarme con la Biblia según la tradición fundamentalista en la que había sido instruido y la que había aceptado.

La Eucaristía representa, también, la unidad del Cuerpo de Cristo, que los Protestantes han quebrado. No hay ejemplo más fuerte de la unidad del Cuerpo de Cristo que el ejemplo del pan y del vino. El pan está hecho de muchos granos separados, que son recogidos y triturados para obtener la harina, de la cual se amasa y hornea un solo pan. La uvas, originalmente separadas, son cosechadas y trituradas para obtener el fruto de la vid, el vino. Así como los muchos granos forman un solo pan, también nosotros, cuando comemos ese único pan, el Cuerpo de Cristo, nos transformamos en un solo cuerpo. Nos convertimos en su cuerpo de un modo muy real, al participar y comer su Carne y beber su Sangre. Recuerda que Pablo enseña que comemos de un solo pan, lo cual indica el cuerpo real de Cristo, ya que si nos atenemos al símbolo exterior, comemos panes separados, distintos. Los católicos comen de un solo pan, Cristo resucitado, el Pan de Vida.

La Eucaristía es la cumbre y la fuente de la unidad, como lo enseña claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía es nuestro pan de cada día. El poder que encierra este manjar divino lo convierte en vínculo de unidad. Su efecto es la unidad, de tal modo que, transformados en su Cuerpo y hechos sus miembros, podamos convertirnos en aquello que recibimos” (2837, citando a San Agustín, Sermón 57,7)

Pero nos podemos preguntar: ¿Pablo piensa en término sacrificiales? Demos un vistazo a las palabras que usa, y a los ejemplos que da. Recordemos que 1 Corintios no es un “manual” o “catecismo” de las doctrinas cristianas. Esa doctrina había sido ya trasmitida a los de Corinto mediante tradición oral (1 Cor 11,2), por Pablo personalmente. La carta tenía por intención ser una misiva de carácter correctivo, para hacerles recordar y profundizar el conocimiento y la práctica eucarística que ya poseían y practicaban. “El sentido sacramental del pan y el vino no solamente se presuponen en esta carta, sino que son la base de toda la presente argumentación... La bebida y la comida espiritual aparecen ahora, con mayor claridad, como el Cuerpo y la Sangre de Cristo; y aunque la base última de esta definición será dada sólo más tarde (1 Cor 11, 23-26), Pablo la supone ya aquí como algo comúnmente compartido con sus lectores, que tiene la fuerza suficiente como para fundamentar la argumentación que sigue... Lo que los escritos del Nuevo Testamento presuponen ... es aún más importante de lo que de hecho dicen” (The Study of Liturgy, 191).

Notemos algo interesante: Pablo compara tres diversos sacrificios. Para sus lectores, el sentido era claro. Cada sacrificio se ofrece sobre un altar (mesa del sacrificio): en primer lugar el sacrificio de los judíos (v. 18), luego el de los paganos (v. 19-21, ofrecido a los ídolos), y finalmente el de los cristianos, la Eucaristía. Mediante estas comparaciones, Pablo confirma el carácter sacrificial de la Eucaristía cristiana. La “mesa del Señor” es un término técnico común en el Antiguo Testamento que se refiere al altar del sacrificio (Lev 24,6.7; Ez 41,22; 44,15; Mal 1,7.12), de modo que los lectores de la carta habrían captado inmediatamente la correlación que Pablo estaba sugiriendo. En este sentido estoy sorprendido de que en mis primeros días como católico no había notado este importante detalle: la “mesa del Señor” en la Iglesia, a la cual se refiere Pablo, y que enraíza con la terminología y la práctica del Antiguo Testamento, es ahora el altar del nuevo sacrificio, del cual habla Malaquías (1,11). Observemos que la “mesa del Señor” se menciona dos veces en el primer capítulo de Malaquías, antes y después de la promesa de Dios de un sacrificio nuevo y universal ofrecido por los gentiles. La “mesa del Señor”, o sea el altar del sacrificio, será el lugar de esta ofrenda, que corresponde con la Eucaristía, ofrecida en la “mesa del Señor” de 1 Corintios 10,21.

Permíteme que te haga esta pregunta: ¿sabías estas cosas cuando dejaste la Iglesia Católica? ¿Acaso el paralelismo no es impactante e inequívoco? Malaquías enmarca dos veces el “sacrificio sin mancha” de los gentiles con los términos sacrificiales de “mesa del Señor”.

San Pablo entonces utiliza esta misma terminología para explicar el nuevo sacrificio ofrecido sobre “la mesa del Señor” en la Iglesia. El sacrificio de la Eucaristía sobre la “mesa del Señor” es comparado con los otros sacrificios ya sobradamente conocidos que se ofrecen sobre mesas de altares tanto paganos como judíos. Pablo, el más brillante discípulo del más lúcido rabí judío, Gamaliel, no está usando esta terminología del Antiguo Testamento a la ligera: es un alumno aventajado... Él sabe que sus lectores interpretan esta terminología sacrificial poniéndola en relación con la Eucaristía. ¿Se puede poner en duda que Pablo, el brillante maestro de la Torah, comprendió la Eucaristía en términos sacrificiales, interpretando la “mesa del Señor” como un cumplimiento de Malaquías 1:11?. “El paralelismo que Pablo dibuja entre la participación de judíos y paganos en sus sacrificios mediante la comida de la carne de las víctimas y el ágape cristiano en Cristo por medio de la Eucaristía nos demuestra que él considera la comida de la Eucaristía como una comida sacrificial y ello implica que la Eucaristía misma es un sacrificio” (Jerome Biblical Commentary, ed. by Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer, and Roland E. Murphy [Englewood Cliffs, NJ: Prentice­Hall, 1968], 269).

A veces me he emocionado tanto con el Señor y la Iglesia que me he atascado al escribir. El Señor ha sido tan maravilloso.



Respondiendo a tu pregunta

Ahora podemos encarar al fin vuestra pregunta específica: ¿cómo puede ser la Misa un sacrificio real y no implicar un nuevo sacrificio de Cristo? En resumidas cuentas, y creo que he hecho esta aclaración en mi artículo de Ankerberg, hay sólo un único sacrificio, un sacrificio eterno, y nosotros estamos participando en él diariamente en las dimensiones del tiempo y del espacio, en el plano temporal. Los protestantes tienden a enredarse en el tiempo (lo sé, yo he pasado por ello) mientras que los católicos tienden a ver las cosas en términos de tiempo y de eternidad. Lo mismo sucede cuando discutimos acerca de la intercesión de los santos. Nos encontramos con protestantes que argumentan: ¿Dónde dice la Biblia que debamos rezar a los santos difuntos? El católico se sorprende y responde: ¿dónde dice la Biblia que los santos están muertos? Es simplemente cuestión de perspectiva. Los protestantes tienden a poner un tejado de estaño sobre sus cabezas, no son capaces de ver más allá de la dimensión del tiempo –y de la esfera temporal-, hacia la eternidad. Para ellos los santos han muerto y el sacrificio de Cristo está terminado y consumado. Para un católico, los santos están vivos, [3] pero en otra dimensión (cielo), y el sacrificio de Cristo fue realizado hace dos mil años, pero es aún un acontecimiento real y un evento eterno a los ojos de un Dios y de una Iglesia no contenidos en el tiempo solamente, y sin la restringida visión que los Protestantes han aceptado debido a la tradición que heredaron.

Decir que Cristo murió una sola vez y ya no muere más (Heb 7:27; 9:12; 10:10), y decir a la vez que es ofrecido en cada misa como sacrificio, parece contradictorio o paradójico a un Protestante que tiende a considerar todas las cuestiones horizontalmente en vez de verticalmente, pero esto no resulta problemático si cambias tu forma de pensar, si ensanchas tu visión para pensar bíblicamente. Déjame preguntarte: ¿cómo puede ser Jesús un Rey que está sentado a la derecha del Altísimo (Heb 1:3) y ser a la vez un Cordero sacrificial, un sacrificio sobre el altar (Rev 5:6)? ¿Cómo puede Él estar en ambos lugares en dos condiciones tan radicalmente diferentes? ¿Cómo puede Él estar sentado en el cielo a la derecha del Padre y al mismo tiempo estar en un lugar diferente, en nuestros corazones (Col 1:27)? Él ahora tiene capacidades asombrosas, prerrogativas nunca ejercidas mientras estuvo en la tierra, cuando renunció por un tiempo al uso de algunas prerrogativas de su divinidad (Fil 2:5-11).

Encaramos ahora una de esas paradojas que lo son sólo aparentemente. ¿Vuelven los católicos a sacrificar a Cristo en el altar en cada Misa? NO.

¿Vuelven los católicos a hacer presente y a participar en el único sacrificio de Cristo en la Misa? SI.

Remitámonos de nuevo a Malaquías 1:11, que profetiza sobre el futuro sacrificio inmaculado sobre la Mesa del Señor: “Pues desde el sol levante hasta el poniente, grande será mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande será mi Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot”. Destaquemos los plurales y los singulares aquí. En todo lugar ( = plural, en todos los lugares) y una oblación pura (singular). Una ofrenda ofrecida en todo lugar. Habiendo ya discutido este versículo, no quiero extenderme en este punto, pero esto se corresponde maravillosamente con la Misa, como ya lo enseñaban los primeros cristianos en una época tan temprana como el siglo I, cuando los apóstoles estaban todavía vivos, y desde entonces la interpretación está tan claramente diseminada durante los dos primeros siglos, que puede admitirse que fue una clara enseñanza apostólica, que provenía de los mismos apóstoles. Recordemos que ellos pensaron muchas cosas que no han sido conservadas en los escasos documentos que hemos recopilado en el canon. De este modo tenemos un único sacrificio ofrecido en múltiples lugares en el futuro entre las naciones por todo el mundo - una excelente descripción de la Misa.

Debemos ahora subrayar la vigencia del sacrificio de Cristo. No es solamente un único y definitivo sacrificio, aunque por cierto está referido al tiempo y al espacio, sino que es también perpetuo en su realidad y efectos, referido a la eternidad. Es un sacrificio incesante y sus efectos continúan. Cristo siempre se ofrece a sí mismo al Padre. Él siempre se ofrece, aunque sólo murió una vez (Heb 7:5). Esta es la singular oblación pura de Malaquías. Él siempre ofrece esta inmolación, de la que el hecho físico ya pasó pero cuyo valor permanece. Él constantemente intercede por nosotros como Sumo Sacerdote. Cristo es, a la vez, sacerdote y ofrenda sacrificial. La pasión y la muerte de Cristo son cosas pasadas, pero Él, que padeció su pasión y su muerte, permanece para siempre revestido de los méritos de su pasión y su muerte. Tú muy bien podrías estar de acuerdo con esto, porque también comprendes la consumación de la obra de Cristo, ofrecida una sola vez, eficaz para siempre.

En la escena apocalíptica, Cristo permanece de pie, ante el Padre, sobre el altar dorado, ante el trono, con un corte en el cuello: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado” (Rev 5:6). Esto ha sido bellisimamente representado en una pintura de Jan Van Eyck titulada “La Adoración del Cordero”, que se conserva en Gante (Bélgica). He tenido el privilegio de permanecer ante esta pintura entusiasmado durante casi una hora analizándola y valorándola. Es probablemente mi pintura favorita de todas las de la Historia del arte (con el Descendimiento de la Cruz, de Rembrandt, en segundo término, que vi en Munich). El Cordero permanece majestuosamente sobre el altar con su garganta acuchillada abierta a la manera de los sacrificios del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo sobrevuela por encima de él derramando su luz sobre todo. La sangre fluye del Cordero a un cáliz. Personas de los cuatro puntos cardinales del globo (del lugar por donde sale el sol y por donde se pone, para Malaquías) vienen hasta el Cordero a compartir una misma copa y una misma carne y a adorar en el eterno sacrificio re-presentado en todo tiempo.

Cristo no cesa de ofrecer su sacrificio. Está eternamente intercediendo por su pueblo. Cuando la era de la redención haya concluido y la Segunda Venida haya sido llevada a término, sólo entonces el sacrificio de Cristo habrá sido completado. Un sacrificio es completado cuando aquellos por quienes es ofrecido gustan sus frutos y reciben todos los beneficios de su eficacia. Cristo entonces no tendrá ya que ofrecerse más a sí mismo en lo sucesivo como una “víctima” propiciatoria y expiatoria sobre el altar. Cristo se ofrece como víctima a sí mismo precisamente para toda la humanidad en la tierra, para los hombres que viven todavía en el tiempo, en trance de ser justificados y redimidos. Esta ofrenda permanente del sacrificio de la Cruz terminará cuando llegue el final de los tiempos. La ofrenda que Cristo presenta al Padre es para este mundo y se dirige a la consumación del último día.

Ha habido muchas especulaciones de los teólogos, católicos y protestantes mano a mano, sobre la naturaleza de la Cena del Señor. Los teólogos católicos han discutido y especulado sobre la naturaleza y efectos de la Eucaristía en un intento de sondear las profundidades de este misterio de los misterios, tan sencillo y tan profundo al mismo tiempo. Tan temporal y tan eterno simultáneamente. La teología se aproxima siempre más a una completa comprensión de su plenitud, pero esa plenitud será reservada para el último día, en el que lo que es visto débilmente en un espejo será visto y comprendido plenamente. El pan y el vino consagrados significan no sólo el cuerpo y la sangre de Cristo sino también su sacrificio. La consagración de las dos especies es una inmolación simbólica, pero el simbolismo es sacramental y así contiene lo que significa. La Misa es un sacrificio, porque significa y al mismo tiempo contiene la completa realidad del sacrificio de la Cruz.

En lo que sigue, y por algunos párrafos, quiero sacar partido del excelente libro de Marie-Joseph Nicolas ¿Qué es la Eucaristía?, ya que es profundo y sencillo de comprender. Tengo unos setenta libros en mi estantería que tratan exclusivamente de la Misa y la Eucaristía, pero no tengo tiempo para citarlos todos, lo que estoy seguro que tendrás en cuenta.



La Misa: ¿un nuevo sacrificio?

¿Qué significan las palabras “la completa realidad del sacrificio de la Cruz”? Si queremos comprenderlas hay dos opiniones extremas que debemos eliminar. Una va demasiado lejos, la otra se queda corta. La primera podría argumentar así: el tiempo y el espacio han sido abolidos en el misterio de la Eucaristía; lo que yo hago presente en la Misa es la pasión, la muerte y además la resurrección de Cristo. Esta explicación es absolutamente imposible. El tiempo no es como el espacio. Lo que ha pasado no existe de modo muy prolongado en la forma dominada por el tiempo que abarcan los hechos históricos de la pasión y de la muerte. La coexistencia entre el ayer y el hoy no es posible. Por el contrario, el cuerpo glorificado de Cristo está ausente DE y, sin embargo, coexiste CON nosotros. Nosotros existimos al mismo tiempo, el mismo momento en la duración. Hacerlo presente no es devolverle el ser que ya no tiene, es poner su ser donde pueda entrar en contacto con nosotros. De ningún modo, entonces, está Cristo presente en el altar como sangrante y muerto, sino de acuerdo con su estado presente como triunfador sobre la muerte.

Otros dicen que lo que es más importante en el sacrificio de la Cruz es el sacrificio interior, el estado completamente espiritual e inmanente de oblación en el que se sumió su alma. La oblación interior de Jesús no ha dejado de existir, continúa en el cielo y ello es expresado de un modo particularmente sorprendente y visible por el don de sí mismo en la Eucaristía. Pero esta explicación de los hechos no ve con suficiente claridad que el sacrificio de la Eucaristía es el sacrificio de la Cruz. Podría parecer que hay, de acuerdo con este punto de vista, dos “momentos” del único sacrificio, el “momento” eucarístico en tanto que mero signo y conmemoración del "momento" histórico y al mismo tiempo como una nueva exteriorización y encarnación de la disposición interior de Jesús.

Debemos ir todavía más lejos y defender esta idea de permanencia en la primera explicación que está ausente en la segunda. Sólo tenemos que recordar la idea de la permanencia del sacrificio de la Cruz en sí mismo. No es sólo el estado del alma de Cristo en oblación lo que permanece, es también lo que él ofrece, su naturaleza humana inmolada pero victoriosa sobre el sufrimiento y la muerte, revestida con los méritos que posee como fruto permanente de su sacrificio. Lo que ha pasado sirve a lo que permanece: el sufrimiento de Cristo y su muerte, que son hechos que han pasado, está al servicio de ese estado de víctima que es continuamente agradable a Dios. Cristo es eternamente aquel que muere por nosotros y se ofrece a sí mismo como tal. El sacerdote, cuando consagra el pan y el vino, lo hace presente para nosotros en este mismo estado, o, más acertadamente, Cristo mismo, a través de la mediación del sacerdote, se hace a sí mismo presente como tal, como la víctima, triunfadora de la muerte, que está como ascendiendo de la muerte por nuestra causa.

Esto es lo que el Concilio de Trento significa mediante las palabras: es el mismo sacrificio porque es el mismo sacerdote, la misma víctima, ofrecida de otro modo. En la Misa, el mismo sacrificio es ofrecido de un modo simbólico y sacramental. La Misa es el sacramento del sacrificio de la Cruz, en todo aquello que el sacrificio de la Cruz tiene de perdurable. Esta es la razón por la que el Concilio nos hace la aclaración de que la Misa posee todas las cualidades del sacrificio de la Cruz y aplica sus frutos a nosotros. Como hemos dicho, la fuerza del sacrificio de la Cruz está en el poder con que, a los ojos de Dios, está revestido Cristo. Cristo está contenido en la Eucaristía como ejerciendo este poder y aplicándolo aquí y ahora a aquellos que comparten la Eucaristía. No hay, por tanto, exageración en afirmar que la Eucaristía es el sacrificio de la Cruz hecho presente una vez más. La idea de renovación que esta expresión implica es, sin embargo, no del todo exacta. En este punto estamos abordando una presencia, actual y activa, de la víctima que está siempre sacrificándose y esto es lo que Cristo es hasta el final de los tiempos. Cuando decimos al creyente: “Debes asistir a Misa como si estuvieras presenciando el sacrificio de la Cruz”, estaríamos exagerando si quisiéramos decir con ello que el creyente debe sentir compasión de Cristo como si estuviera sufriendo aquí y ahora. No exageramos si decimos que ellos deben participar de la ofrenda que Cristo hace de sí mismo en nuestro nombre, una ofrenda que, en el pasado, fue dolorosa y sangrienta y, porque fue así, retiene toda su virtud en el presente.

La Misa, por consiguiente, no es un nuevo sacrificio, es decir, no añade nada nuevo al de la Cruz en el plano sacrificial. No pone delante de Dios ningún nuevo acto de propiciación y de expiación, y por lo tanto no le proporciona ninguna nueva razón para conceder gracia a la humanidad. Es la misma víctima la que está presente en ese estado siempre activo, conferido a ella por su inmolación seguida de la resurrección. Este estado eucarístico no añade nuevo valor en el orden del sacrificio. La Misa es un sacrificio solamente por su relación con el sacrificio de la Cruz.

Sin embargo, cada Misa es un verdadero sacrificio. Cada consagración es un acto sacrificial, aunque en el orden sacramental, es decir, en tanto significa y contiene el acto del sacrificio eterno e invisible del que es el signo sensible. Hay, como sabemos, tantas presencias de Cristo como hostias consagradas. Pero hay solamente un único Cristo presente en todas ellas. Esto es lo que San Pablo afirma, aun cuando todos nosotros hemos separado los panes individuales en cada parroquia, estamos todos recibiendo un único pan. De modo similar, hay muchas ofrendas sacrificiales, tantas como Misas se dicen, pero hay un solo sacrificio de Cristo, que está expresado en todos esos sacrificios. Hay muchos sacrificios que están referidos a un solo sacrificio absoluto y que adquieren cada uno su carácter sacrificial sólo en virtud de esta relación.

Nos ayudaría comprender esto si siempre tuviéramos en mente que hay un Autor principal de la multitud de consagraciones eucarísticas, un solo sacerdote verdadero e invisible, representado por la multitud de sacerdotes en las Misas: es Cristo en la gloria, el sacerdote eterno.

Y no deberíamos creer que la Nueva Alianza abolió el sacerdocio. En el Antiguo Testamento hubo tres niveles de sacerdocio: el Sumo Sacerdote (Aarón y sus sucesores), los Levitas como sacerdotes ministeriales, y luego todo el pueblo de Dios como sacerdocio universal (Ex 19:6: ““Seréis para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa.” Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel”). Vemos tres niveles de sacerdocio: Sumo Sacerdote (sólo uno), sacerdocio ministerial (el de todos los Levitas) y el sacerdocio universal (todo el pueblo de Dios). ¡Es lo mismo hoy! Tenemos tres niveles: un Sumo Sacerdote (Jesucristo), sacerdotes ministeriales (los apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes), y el pueblo de Dios (una nación de sacerdotes). Hay una maravillosa continuidad.



¿Qué aporta de nuevo la celebración de la Misa?

Volvamos a la Misa. ¿Qué hay de nuevo entonces en la Misa, diferente de la única Crucifixión? ¿Qué añade el sacrificio eucarístico al sacrificio de la Cruz perpetuado en la persona de Cristo glorificado? Para usar una terminología más técnica, ¿qué añade el “sacramento” a la “realidad” que hace presente?

Lo primero y principal, añade el hecho de hacernos presente esta realidad, de insertar el sacrificio trascendente de Cristo en nuestro tiempo humano del que él sale por su resurrección. La eternidad asoma en nuestro tiempo, o bien nosotros somos elevados, transportados al cielo para compartir la liturgia revelada en el libro del Apocalipsis. Cualquiera de las dos perspectivas es la misma; somos introducidos en un suceso eterno, una liturgia celestial, un servicio de adoración cósmica. No debemos olvidar que la salvación de cada hombre se logra durante el tiempo de su vida terrena mediante el “contacto”, a través del encuentro con su Salvador. Este encuentro personal, esta respuesta de cada uno de nosotros a Dios, que toma nuestra carne y nos da su vida, es puesto en primer plano y de modo esencial por medio de la fe, una fe que es también una aceptación. El objeto de esta fe que salva y justifica es Cristo en el acto verdadero por el que nos salva. “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20). Tengo que apropiar y hacer mío ese sacrificio redentor hecho por Cristo en mi nombre. Esta es la condición que yo debo satisfacer si estoy verdaderamente dispuesto a recibir en mí mismo la salvación, el perdón de Dios, su amor y su gracia. La idea que subyace bajo la institución de los sacramentos es llevar a cabo este acto salvífico de Cristo de modo sensible, concreta y exteriormente presente. Me adhiero a esta presencia por la fe que toma posesión de su objeto y someto a mí mismo al acto todopoderoso por el que soy salvado. Cada sacramento es un acto invisible de Cristo en el alma y se fundamenta en el sacrificio de Cristo, del mismo modo que cada recepción provechosa de un sacramento está fundada en mi fe en el sacrificio de Cristo que murió por mí. En la Eucaristía, es el sacrificio mismo el que se hace actual y presente para mí. Toda su eficacia está puesta a mi disposición. Yo creo y yo recibo. La eficacia del sacrificio de Cristo es ofrecida a, y puesta a disposición de, cada hombre existente en esta esfera del tiempo en que cada sacrificio de Cristo es injertado.

Sólo la Eucaristía da a Cristo esta existencia en nuestro tiempo humano. Su muerte y su resurrección lo apartan de ella. Sin el sacerdote, que le sirve como su instrumento y, en cierto sentido, como la prolongación de su humanidad (una continua encarnación, como, en cierto modo, es también el Cuerpo de Cristo, la Iglesia), Cristo podría ciertamente ofrecer su sacrificio, pero no desde esta tierra y en el tiempo terrestre. De modo similar, el Verbo no hubiera podido hacerse hombre y uno de nosotros sin la porción de carne que tomó de la Virgen María.

Estamos ahora en disposición de mostrar más al detalle qué hay de nuevo en el sacrificio de la Misa en comparación con el de la Cruz.

Mirémoslos individualmente.

1.

Cada consagración implica una nueva y real intervención de Cristo, puesto que él es el sacerdote principal e invisible de la Misa. Es Él quien se ofrece a sí mismo y no -hablando con propiedad- el sacerdote que ofrece la hostia.
2.

Esta intervención no es una nueva ofrenda en relación con la ofrenda que él perpetuamente hace de sí mismo y que es el verdadero estado de su ser glorioso. Se trata de una aplicación de Su eterna ofrenda, su inserción en un punto dado en el espacio y en el tiempo.
3.

El sacrificio de la Misa, por lo tanto, no adquiere con su ofrenda sacramental ningún mérito nuevo, ninguna eficacia nueva, ningún nuevo valor de sacrificio, sino una nueva aplicación de su eficacia. La Misa aplica la eficacia del sacrificio de la Cruz a un momento dado del tiempo y al hombre que vive en el tiempo.
4.

El sacrificio de la Cruz, por tomar esta forma sacramental, ha añadido esto: se ofrece a través de la Iglesia, es decir, por medio de los hombres. Cristo Sacerdote actúa aquí por medio de un instrumento al que el poder de su sacerdocio pasa y da vida a las palabras y a los gestos humanos visibles. Y debido precisamente al uso de este instrumento el sacrificio limita no su valor intrínseco sino su alcance efectivo. Tiene a la vista los objetivos de la Iglesia aquí presente, de los sacerdotes y de los fieles de la feligresía, y sale al encuentro de su fe. A primera vista esto parecería limitar el horizonte del sacrificio de Cristo, pero de hecho lo perfecciona, no en el sentido de que lo haga más perfecto en sí mismo, sino en cuanto amplía su radio de acción en lo humano. Es decir: la Misa hace posible que el sacrificio de Cristo sea ahora ofrecido también por los hombres a Dios en y por medio de su Cabeza y Sacerdote soberano, Cristo el Señor.
5.

De modo similar, la víctima del sacrificio de la Misa asume todas nuestras ofrendas personales. Es uno de los principios esenciales de la Alianza de Redención (y podemos llamarlo el principio de la Co-redención) que los hombres, lejos de ser dispensados por el sacrificio de Cristo de ofrecerse ellos mismos en sacrificio, se hacen más capaces por ello de hacerlo así. Las víctimas imperfectas que nosotros somos alcanzan valor por su unión con la víctima perfecta. Ofreciéndose a sí mismo por mediación de los hombres, Cristo ofrece a los propios hombres con él. Esto está admirablemente expresado mediante la liturgia del ofertorio. El pan y el vino tomados de la Creación son el símbolo de aquello que los hombres han recibido de Dios, de todos sus bienes, de su verdadero ser. La transubstanciación del pan y del vino en el ser verdadero de Jesucristo expresa perfectamente el hecho de que Jesucristo asume por completo lo que tenemos y lo que somos. Tras la Consagración, ya no ofrecemos a Dios nuestras ofrendas, sino a Cristo en nosotros. Sólo Dios que se hace hombre podía traer a la existencia la víctima perfecta, pero al encarnarse incorpora a sí todo lo humano, y hace que toda la Iglesia sea su cuerpo y como una extensión de sí mismo.
6.

Finalmente, el sacrificio de Cristo, haciéndose eucarístico, realiza más plenamente la idea del sacrificio, como hemos explicado. Cuando muere en la Cruz, Cristo reúne ciertamente a toda la comunidad de los hombres en Él mismo. Él ofició de sacerdote y ofreció su sacrificio. Esta víctima fue visible, objetiva, externa. Tampoco faltó un único simbolismo de sin igual eficacia, en tanto en cuanto la “clase de muerte” que él escogió, levantándolo como hizo con los brazos extendidos, significa genuinamente la total entrega de una víctima obediente y sumisa, su ofrenda a Dios y su don a los hombres. Sin embargo, la misma realidad de esta inmolación cruenta no permitía que tuviese un carácter ritual. En la Cruz, Cristo fue la víctima visible, pero no fue visiblemente el sacerdote, puesto que sufrió pasivamente y los autores de su inmolación, lejos de realizar una ceremonia sagrada en nombre de todos nosotros, perpetraron un crimen odioso y sacrílego. El sacrificio de Cristo se convirtió en un hecho ceremonial sólo en su forma eucarística, permitiendo que la inmolación de Cristo este siempre realizándose, de acuerdo con el deseo de los hombres que viven en el tiempo y no pueden existir sino mediante la repetición de sus actos.

El sacrificio de Cristo no cesa de ser real, "comienza de nuevo" en las formas sagradas y litúrgicas, que son simbólicas. Fue Cristo mismo quien, antes del momento efectivo de su muerte, creó esta característica de su sacrificio, vinculándola a nuestra condición terrestre. Él ofreció su sacrificio ritualmente en la Última Cena antes de ofrecerlo de modo efectivo en la Cruz.

No debemos nunca olvidar que estamos hablando de un rito que contiene una realidad que es doble: por una parte la realidad de Cristo ofreciéndose a sí mismo, una víctima inmolada y glorificada; por otra parte la realidad de los hombres ofreciendo sus vidas reales y su ser real, su existencia cotidiana. Nuestra participación en el sacrificio sacramental sería una hipocresía si consistiera sólo en formas y signos vacíos, si no supusiera la ofrenda auténtica de nuestras propias vidas en unión con Cristo, en las condiciones reales en que vivimos. La vida sacramental no es nunca autosuficiente, presupone nuestra vida real, tanto la de Cristo como la de los Cristianos. Presupone la vida real y el don de la vida hasta el día de nuestra muerte. Presupone y exige una gran fe.

Esto nos ayudará a comprender cómo la Misa es el sacrificio de toda la humanidad y cómo, por otra parte, es el sacrificio de la Iglesia en exclusiva, es decir, de la humanidad ya efectivamente redimida. Sólo los que creen pueden participar en ella, por ello sólo mediante la fe y la aceptación de la misma participamos en ella. Sólo mediante la ofrenda a Dios en Cristo de nuestros bienes terrenales tenemos parte en la víctima perfecta que es Cristo. Es sólo la Iglesia, por tanto, en sus miembros vivos, la que está unida a Cristo en el sacrificio eucarístico.

Pero este sacrificio intercede por todo el mundo. Ofrece la salvación al mundo entero. Esto significa que todo el mundo tal como es, todo lo que existe en la naturaleza humana, está en consecuencia abierto a recibir la gracia de Cristo, y está autorizado para apropiarse y aprovechar para sí de su muerte y resurrección.

Podemos resumir diciendo que el sacrificio de la Misa añade nuestra parte al sacrificio de la Cruz, que no adquiere, por ello, más valor o eficacia, sino un carácter más humano. Al explicar esto es habitual insistir en el hecho de que cada Misa es una nueva aplicación de la eficacia del sacrificio de la Cruz. Pero no debemos olvidar que la “eficacia” del sacrificio de la Cruz radica sobre todo en su ascendencia sobre el Corazón de Dios Padre, su valor como culto perfecto. La aplicación a los hombres del "poder" del sacrificio de Cristo – y es entonces cuando su eficacia alcanza “su consumación”- implica siempre el ofrecimiento de su valor por medio de los hombres. Y eso es lo que de hecho sucede. Cada Misa contiene en sí misma, en toda su plenitud, la adoración de Cristo, su acción de gracias, su deseo de reparación, pero pasando a través de la Iglesia, a través de nosotros, y haciendo así nuestra su ofrenda y su adoración.

Así, acabamos donde comenzamos: El Sacrificio de la Misa es el sacrificio de Cristo representado de modo sacramental, proporcionándonos su Cuerpo y Sangre en cumplimiento de su promesa. Creo que ahora quedará más clara su naturaleza, según lo enseña el Catecismo. Si no, léase lo anterior y hágase el intento de comprenderlo de nuevo. A modo de recordatorio, el Catecismo declara: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio: “La víctima es una y la misma: la que se ofrece ahora por medio del ministerio de los sacerdotes, es la que se ofrece a sí misma en la cruz; sólo el modo de ofrecerse es diferente”. “En este divino sacrificio que es celebrado en la Misa, el mismo Cristo que se ofrece una única vez de manera cruenta en el altar de la Cruz es contenido y es ofrecido de modo incruento”.

Así pues, ¿por qué los Protestantes alegan siempre que el mundo católico tiene otro sacrificio, o dicen que volvemos a sacrificar a Cristo una y otra vez sin cesar? Uno dijo: “Con todos los fragmentos del cuerpo de Cristo que los católicos y tú coméis, me pregunto si quedará algo de Cristo en el cielo.” ¡Qué estupidez! Quiero pensar que es simplemente una equivocación y no un intento de confundir a la gente o de engañarla. No quisiera considerarte uno de ellos. Tiendo a imaginarte honesto y sincero en estas materias y espero estar en lo cierto.

También creo que la historia está del lado católico, especialmente si consideramos las citas que usé en este artículo. Déjame citarte una última vez a San Justino, que fue decapitado por su fe en 165 d. C. “Según las palabras de Dios por boca de Malaquías, uno de los doce profetas, como dije antes, acerca de los sacrificios en este tiempo presentados por vosotros [los Judíos]: ´ No me complazco en ti, dice el Señor, y no aceptaré los sacrificios de tus manos; desde la puesta de sol hasta el ocaso Mi Nombre será glorificado entre los gentiles, y en todos los lugares se ofrecerá incienso a Mi Nombre, y una oblación pura: porque Mi Nombre es grande entre los gentiles dice el Señor, pero tú lo profanas.´ Él entonces dijo a esos Gentiles, esto es, a nosotros, que en todas partes se ofrecerían sacrificios a Él, esto es, el pan de la Eucaristía así como el cáliz de la Eucaristía, confirmando ambos que nosotros glorificamos Su Nombre y tú lo profanas.”

Ignacio, el discípulo de Pablo y Pedro, escribe en el siglo I, “Pero mira a esos hombres que tienen esas equivocadas nociones acerca de la gracia de Jesucristo que ha descendido hasta nosotros, y observa cómo lo que ellos son se opone al espíritu de Dios... Ellos incluso se abstienen de la Eucaristía y de la oración pública [litúrgica], porque no admiten que la Eucaristía es el mismísimo cuerpo de nuestro Salvador Jesucristo, cuya [carne] sufrió por nuestros pecados, y al que el Padre en su bondad revivió. En consecuencia, en vista de que ellos rechazan los dones de Dios, están condenados en sus mismas rebeldías. Deberían haber aprendido mejor la caridad, si aspiraban a conocer alguna vez la resurrección... Rechaza el sectarismo, porque es el comienzo de todo mal" [4].

Si tengo que elegir entre ponerme de parte de estos nuestros nobles predecesores en la fe, que son la primera generación después de los apóstoles, o bien ponerme de parte de los actuales protestantes, caprichosamente aferrados a "la sola Biblia", que tiran por la borda quince siglos de Iglesia, entenderás que la cosa está fuera de discusión: me quedo con los primeros; ¡es buena compañía!

Sé que la presente respuesta fue mucho más larga de lo que tú probablemente supusiste, o deseaste, pero quise ser un poco más detallado, con la esperanza de darte un buen pantallazo. Espero ayudarte a clarificar las cosas y facilitarte que comprendas las enseñanzas Católicas, históricas y bíblicas, acerca de la Eucaristía. Por esa razón dediqué mucho tiempo a los pasajes de la Biblia, las citas de los primeros Padres de la Iglesia y la explicación sobre cómo se entiende desde una perspectiva católica lo que la Misa actualiza. Aún suponiendo que no estés de acuerdo, espero que al menos trates con un poco más de respeto intelectual a tus hermanos Católicos, ya que esta enseñanza es muy defendible desde el punto de vista bíblico, y es ciertamente viable. No es ni antibíblica ni incomprensible, aunque qué duda cabe de que es un profundo misterio.

No seré capaz de mantener una gran correspondencia durante los próximos meses, puesto que tengo varias conferencias que preparar, un curso sobre la Biblia que comienzo a impartir en Noviembre (para el cual pensamos que participaran cientos de Católicos (y Protestantes), y además me veo presionado por el editor para terminar el segundo libro. Además mis chicos están pensando que estoy casado con este dichoso ordenador. Quiero tomarme un descanso.

Dios te bendiga, Pablo, y espero que podamos seguir siendo amigos mientras compartimos estos asuntos tan importantes para los dos. Si gustaras de sugerencias en relación con buen material de lectura sobre esto para profundizar en tu búsqueda, me encantaría sugerirte algunos títulos, y no el que menos mi libro, que aporta multitud de nuevos datos. He encargado también para ti un libro que te mandaré por correo cuando esté aquí.

Que recibas las mejores bendiciones de Dios sobre ti, tu familia y tu congregación, ya que te esfuerzas en servirle en santidad y amor.

En Cristo,

Steve Ray

* * *

Dos Anexos: 1) Un pasaje del Catecismo Católico de John Hardon´s y 2) el párrafo original de mi carta a John Ankerberg que motivó esta conversación.

Un breve fragmento del Catecismo Católico de John A. Hardon´s (NY: Image Books, 1981)

EL SACRIFICIO DE LA MISA

Ya en la Última Cena, Cristo dejó claro a los apóstoles que lo que Él estaba haciendo en ese momento y lo que completaría sobre el Calvario era un sacrificio, que deseaba que ellos continuaran en su memoria. En el Judaísmo, el pan y el vino fueron componentes que integraban el sacrificio de modo habitual. Las palabras que Jesús utilizó al instituirlo, cuando habló de la Nueva Alianza, de su cuerpo que debería ser entregado, de su sangre que debería ser derramada, de hacerlo en memoria de Él- todas ellas tienen profundas implicaciones sacrificiales.

En los tiempos apostólicos la Iglesia no dudó de que, mientras el sacrificio de la cruz fue ciertamente adecuado para la redención del mundo, Cristo se propuso perpetuar este sacrificio de un modo ritual hasta el final de los tiempos. Este fue uno de los principales temas de la carta a los Hebreos, que dio por hecho que Cristo se había ofrecido una sola vez a sí mismo a Dios Padre sobre el altar de la cruz, pero también llegó a afirmar que su redención fue un hecho que se extiende en el tiempo. El sacerdocio de Cristo “permanece para siempre”, “puesto que Él sigue intercediendo por todos los que se llegan a Dios a través de Él” (Heb. 7:24-25).

Se trata de una renovación del Calvario. La estrecha asociación de lo que hizo Cristo en la Última Cena con lo que hizo el Viernes Santo ha sido la norma de la Iglesia para relacionar íntimamente ambos fenómenos. Por este motivo, el sacrificio del altar no es meramente una conmemoración vacía del Calvario, sino un verdadero y propio acto de sacrificio, por medio del cual Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, mediante una inmolación incruenta, se ofrece a sí mismo como víctima aceptable al Padre eterno, como hizo en la Cruz. Sólo la manera de ofrecerse es diferente.”

“El sacerdote es el mismo, esto es, Jesucristo, cuya persona divina el ministro humano representa en el altar. Por razón de su ordenación, el ministro es constituido sumo sacerdote y posee el poder de realizar las acciones "in persona Christi", en lugar de la auténtica persona de Cristo.”

“La víctima es también la misma, es decir, el Salvador en su naturaleza humana con su verdadero cuerpo y sangre.

Worth recalcó que lo que convierte a la Misa en un sacrificio es que Cristo es un ser humano vivo con una voluntad humana, capaz, no obstante, de ofrecer (por tanto sacerdote) y de ser ofrecido (por tanto víctima), no menos verdaderamente hoy que cuando ocurrió en la cruz.

1.

La re-presentación significa que en la cruz, Jesús ofreció a sí mismo y todos sus sufrimientos a Dios inmolándose hasta su muerte física, pero una inmolación que Él ofreció libremente a su Padre celestial. En el altar, por razón del estado glorioso de su naturaleza humana, “la muerte ya no tiene más poder sobre Él” (Rm. 6:9).

En consecuencia, el derramamiento de su sangre es imposible. Sin embargo, de acuerdo con el plan de la divina providencia, el sacrificio continuo de Cristo es manifestado en la Misa mediante signos externos que son símbolos de su muerte. ¿Cómo puede ser eso? “Por la transubstanciación del pan en el cuerpo de Cristo y del vino en su sangre, su cuerpo y su sangre están ambos realmente presentes. Pero eso no es todo. Su separación en la consagración representa la actual separación de su cuerpo y de su sangre. Entonces la re-presentación conmemorativa de su muerte, que efectivamente tuvo lugar, sobre el Calvario, es mostrada simbólicamente por medio de símbolos separados que representan el estado de víctima.”

“El Catolicismo, por consiguiente, afirma que debido a que Cristo está realmente presente en su humanidad en el cielo y en el altar es ahora capaz, y lo fue el Viernes Santo, de entregarse como ofrenda libremente al Padre. No puede morir ya desde el momento en que está ahora en un cuerpo glorificado, pero la esencia de su oblación sigue siendo la misma: el continuo sometimiento de su voluntad a la voluntad del Padre.

2.

La Misa es un memorial de la pasión de Cristo y de su muerte durante toda la liturgia Eucarística, como aparece ya en un ritual del siglo II.

Los Apóstoles en sus memorias, que son llamadas Evangelios, han dado por hecho que Jesús ordenó hacerlo; que Él tomó pan y, después de dar gracias, dijo: “Haced esto en memoria mía; este es mi cuerpo.” De igual modo, tomó también el cáliz, dando gracias, y dijo: “Esta es mi sangre.” Y lo dio a ellos una sola vez.

“¿Se conmemora sólo la muerte de Cristo? La Iglesia enseña que es “un memorial de su muerte y Resurrección,” si bien obviamente de diferentes formas. Cuando nosotros decimos que la Misa conmemora la muerte de Cristo, queremos decir que de modo misterioso Cristo realmente se ofrece a sí mismo como sacerdote eterno y que su oblación no es sólo un recuerdo psicológico sino una realidad mística. Cuando decimos que la Misa es un memorial de su resurrección, esto significa también que no es simplemente un recuerdo mental. Después de todo, el Cristo que está ahora en el cielo y el sacerdote principal en el altar es el Salvador glorificado. Su resurrección no es solamente un hecho que tuvo lugar una vez, sino un hecho continuado en la historia de la salvación. Llamar a la Misa un memorial de la resurrección puede evocar la imagen de una grata memoria que suavemente cruza la mente. Debería decirnos más bien que en la Misa el Señor glorificado está presente y es nuestro centro, y nos une a todos nosotros, todavía mortales, con Él, que es nuestra resurrección.

3.

El Santo Sacrificio de la Misa es el medio querido por Dios para aplicar los méritos del Calvario. En este punto sería útil clarificar una cuestión, por otra parte complicada: ¿Cómo aplica la Misa los méritos de la pasión y muerte de Cristo? Durante el periodo de la Reforma, esta fue una de las más espinosas cuestiones que abordó la Iglesia, a cuyos sacerdotes algunos decían que estaban equivocados al declarar que la Misa fuera una fuente de gracia divina. Y se les decía que, bien ellos y el magisterio de la Iglesia estaban equivocados, o bien estaba confundido San Pablo cuando escribió que cuando Cristo murió, “Él, por otra parte, ofreció un único sacrificio por los pecados, y luego tomó su lugar para siempre, a la derecha de Dios” (Heb. 6: 10). El dilema parece insoluble: O Cristo murió de una vez por todas y su muerte es suficiente para la redención de la humanidad, o a pesar de su muerte única y suficiente la Misa debería, de algún modo, "subsanar" lo que fue "insuficiente" en la pasión del Salvador.

“El Concilio de Trento se aplicó a la solución en un memorable artículo que resume quince siglos de fe Católica en la eficacia de la Misa, mas una eficacia que depende enteramente del Calvario.

El sacrificio [de la Misa] es verdaderamente propiciatorio, de modo que si nos acercamos a Dios con un corazón recto y verdadera fe, con temor y reverencia, con pesar y arrepentimiento, por medio de la Misa podemos obtener misericordia y encontrar gracia que nos auxilie en tiempo de necesidad. Por medio de esta oblación el Señor es apaciguado, Él concede gracia y el don del arrepentimiento, y perdona nuestras malas obras y pecados, por graves que sean algunos de ellos.

Los beneficios de esta oblación (es decir, la única cruenta) son recibidos en abundancia a través de esta oblación incruenta. En modo alguno, pues, el sacrificio de la Misa resta valor al sacrificio de la cruz.

Por lo tanto, la Misa puede muy bien ser ofrecida, de acuerdo con la tradición apostólica, por los pecados, castigos, satisfacción, y otras necesidades de la fe en la tierra, tanto como por los que han muerto en Cristo y no están todavía completamente purificados.

“Lo que la Iglesia enseña es que, si bien los beneficios de la salvación fueron merecidos para la humanidad en la cruz, estos beneficios todavía deben ser aplicados por nosotros, principalmente por medio de la Misa. Entre estas dos realidades, mérito y aplicación, se ubican la realidad de la fe y de la libertad humanas: fe para creer que Dios nos pide que usemos cauces tales como la Misa, y libertad para unirnos humildemente en espíritu a la auto-inmolación de Cristo: Él en la cruz que ha padecido, y nosotros en nuestra cruz, que Él nos ofrece para llevarla diariamente si deseamos ser sus discípulos.

* * *

Pasaje de mi carta a John Ankerberg sobre la Misa en el que hago un juicio crítico sobre su libro Protestantes y Católicos:

La Misa

Sr. Ankerberg, le remito directamente a la página 81 de su libro “Protestantes y Católicos: ¿Están ahora de acuerdo?”, donde creo que usted tergiversa seriamente la posición católica en relación con la Misa. Los Católicos le escucharían si usted fuera honesto y presentara correctamente su posición. Pero si sólo ridiculiza las enseñanzas de la Iglesia ellos le despacharán cortésmente como a un maleducado o a una persona no interesada en la verdad. Le iría mejor si mostrara la posición honesta de la Iglesia Católica y actuara rectamente, en lugar de poner hombres de paja que son fácilmente derribados. La Iglesia Católica no enseña que Cristo sea “sacrificado de nuevo” en el altar. ¿Por qué intenta decir lo que ellos hacen? La cita que aporta de la Enciclopedia Católica no usa la palabra “re-sacrificio”, y, sin embargo, usted la parafrasea con sus propias palabras diciendo que ella profesa la idea de que Cristo se sacrifica nuevamente [en el altar]. Las palabras son importantes y molestarán a los Católicos que comprenden lo que usted está haciendo –jugando libremente con la terminología para satisfacer sus propios intereses. La Iglesia Católica enseña exactamente lo contrario, y usted, como un hombre docto debería saber que Cristo fue sacrificado una sola vez y para siempre, como la Epístola a los Hebreos claramente nos dice, y Él no necesita descender y volver a ser crucificado cada día.

Los Católicos enseñan que hubo sólo un sacrificio y que la Misa es una representación de este sacrificio, un compartir y un poner en común el único sacrificio – la comida del Cordero (Ex. 12:11; Juan 6:52-58). No hay muchos sacrificios – sólo uno. Los Católicos enseñan que la Misa es una participación del único sacrificio, el sacrificio del Calvario. Reparemos, con todo, que vemos a Cristo ante el trono de Dios en Apocalipsis 5:6, siempre presentado como un “cordero degollado” (el tiempo perfecto en lengua griega, que significa que fue y sigue estando degollado). El Apóstol Juan nos dice que el Cordero fue degollado, pero está todavía en el altar ante el trono de Dios [5]. Además observamos otra anomalía: Cristo se sienta a la derecha del Padre, y Cristo, el Cordero de Dios permanece en el Altar. En el mundo temporal, Él fue degollado una sola vez, pero en el cielo, el mundo fuera del tiempo, parece que el sacrificio de Cristo es un hecho eterno. Se dice también que fue crucificado antes de la creación del mundo (Apocalipsis 13:8).

Hagámonos una pregunta: ¿Cuándo fue crucificado Cristo?

- 1) “Antes de la creación del mundo”, o bien
- 2) en el año 30 d.C., o bien
- 3) “el Cordero permanece como degollado” presentado en la eternidad futura?

El Católico simplemente ve la Misa como un compartir ese hecho eterno. Esto nos presenta ese hecho eterno en su verdadera naturaleza, nos transporta al cielo para ver, experimentar y compartir la liturgia eterna situándonos ante el verdadero trono de Dios. Los Católicos se sorprenden de por qué los Evangélicos se complican tanto con esto, ya que para nosotros es una realidad muy sencilla, connatural.

Para ser honesto, en la página 81 usted debería haber citado el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, y no haber aportado su personal paráfrasis e interpretación privada de lo que nuestros libros dicen. [6]. En el parágrafo 1367 el Catecismo afirma: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer.” “En este divino sacrificio que se realiza en la misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta”. De modo que surge una duda, creo que legítima, sobre la rectitud de intención de los Protestantes, que continuamente afirman que la Iglesia Católica enseña que el sacrificio de la Misa es un sacrificio nuevo, distinto del de la Cruz, y que sacrificamos a Cristo "de nuevo" en nuestros altares... Nosotros no pensamos ni enseñamos eso: para nosotros la Misa es una participación en el único sacrificio. La Historia parece estar de nuestra parte, y esto es algo sobre lo que también quiero decirte alguna cosa.

Para empezar, uno de los primitivos Cristianos, Justino Mártir, escribió: “De aquí que Dios hable por boca de Malaquías, uno de los doce profetas, como dije antes, acerca de los sacrificios en el tiempo presentados por vosotros [los Judíos]: ‘ No me complazco en vosotros’, dice el Señor, ‘y no aceptaré tus sacrificios de tus manos; desde el amanecer hasta el ocaso Mi Nombre será glorificado entre los gentiles, y en todas partes será ofrecido incienso a Mi Nombre, y una ofrenda pura: porque Mi Nombre es grande entre los gentiles dice el Señor, pero vosotros lo profanáis.’ Él entonces habló a los Gentiles, esto es, a nosotros, que en todas partes Le ofrecemos sacrificios, esto es, el pan de la Eucaristía y también el cáliz de la Eucaristía, afirmando a la vez que nosotros glorificamos Su Nombre y vosotros lo profanáis.” [7]

Cuando leo la carta de Pablo a los Corintios me parece ver el mismo lenguaje: “Os hablo como a hombres sensibles; juzgad por vosotros mismos lo que os digo. El cáliz de bendición que nosotros bendecimos, ¿no es una participación en la sangre de Cristo? El pan que compartimos, ¿no es una participación en el cuerpo de Cristo? Porque hay un solo pan, nosotros que somos muchos somos un solo cuerpo, compartimos un solo pan. Pensemos en el pueblo de Israel; los que comen los sacrificios, ¿no se hacen partícipes del altar? Doy a entender que lo que los paganos sacrifican ellos lo ofrecen a los demonios y no a Dios. No os deseo que confraternicéis con los demonios. No podéis compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios.” [8]

Observemos cómo está siendo usado el lenguaje sacrificial. La expresión “mesa del Señor” es un término técnico y en el Antiguo Testamento siempre se refiere a la mesa del sacrificio. ¿Por qué habría Pablo de usar tales términos llamativos de la terminología sacrificial si estuviera intentando negar cualquier asociación entre la Eucaristía y el sacrificio?

He ahí lo que realmente me preocupa y tú no tienes la valentía de abordarlo: ¿Por qué está la posición protestante sobre la Cena del Señor tan en discordancia con la enseñanza universal de los primeros Cristianos, que llamaban a la Cena del Señor “Eucaristía”? Yo siempre sostuve, en mis tiempos previos al catolicismo, que los primeros cuatro siglos del Cristianismo fueron esencialmente evangélicos, y luego se infiltraron elementos paganos, y la Iglesia Católica fue el resultado de esa amalgama. Después de leer los escritos de los Padres (la Didaché, siglo I, Ignacio de Antioquia, 106 AD; Clemente de Roma, 96 AD; Justino Mártir, siglo segundo; Barnabas, siglo I, etc.) tuve que admitir que no pude encontrar mis doctrinas Evangélicas favoritas representadas en esos escritores, aunque SÍ encontraba precisamente doctrinas Católicas [9]. Éste es un problema real que necesita ser afrontado y tú no pareces hacerlo. Fue astuto de parte tuya evitar que tus lectores tomaran contacto con la historia de los primeros siglos: cuando yo lo hice por primera vez, créeme, ¡fue como un baldazo de agua fría! ¿Por qué serían precisamente los que han recibido los Evangelios de los Apóstoles los que han perdido el rastro más rápidamente, como sostienen los evangélicos en general? Esto carece de sentido. ¿Por qué el Señor esperó mil quinientos años, hasta la venida de Lutero, para hacer que el tren retorne a sus carriles? Supongo que la respuesta es que "mil años es como un día para Él", ¿verdad?...

* * *

Pregunta de un hermano Protestante: “He leído tu respuesta a John Ankerberg ... Mi pregunta es que cómo puedes decir que Cristo no es “re-sacrificado” en la Misa cuando hasta el mismo modo de hablar del Nuevo Catecismo que tú aportas en tu defensa dice que Él se inmoló de un modo incruento y luego emplean la misma palabra inmolado referida a Su sacrificio real en la cruz. Los dos usos de la palabra “inmolado” denotan ambos un sacrificio, lo que tornaría el uso de la palabra “re-sacrificio” por John Ankerberg al menos aceptable. Si es como dices (y tú presentas la posición católica de un modo que yo nunca había escuchado), entonces ¿por qué no aclara el Nuevo Catecismo (dicho sea de paso, ¿por qué hay un nuevo catecismo?, hay algo equivocado en el viejo?) que diga que Él no está siendo efectivamente sacrificado (inmolado) sino que se trata de una celebración de y una participación en ella? ¿Por qué tiene que ser inmolado de nuevo? Y si el segundo uso de la palabra “inmolado” no es el mismo que el primero, entonces ¿por qué no se ha hecho esta distinción más claramente?”

Respuesta: En primer lugar, admitamos que tu cuestionamiento no es del todo claro, al menos para mí. Discutiré la voz “misterio” un poco más tarde, como opuesta al vocablo “turbio” que usas más aldelante, pero por ahora será suficiente con decir que el misterio de la Eucaristía no es algo que pueda ser explicado en términos sencillos. La Iglesia ha procurado definir tan claramente como le ha sido posible muchos misterios, y la Eucaristía no ha sido el menor de ellos. No es extraño que no lo comprendas, puesto que es difícil de comprender con la mente humana. Si yo recuerdo bien, sin embargo, tú me criticabas por ser demasiado "cerebral" mientras que tú comprendías las verdades "más recónditas". Ahora yo estoy hablando de misterios y tú esperas que todo sea explicado con precisión matemática. Sin embargo...

El hecho de que Cristo fuera de una sola vez por todas crucificado ya para siempre presentado como el “cordero degollado” ante el Padre, ¿no te ayuda a comprender? Pienso que he aclarado en la carta que el Cordero con un corte en el cuello se hallaba eternamente presente ante el Padre y que el eterno sacrificio se hace presente en la Eucaristía. El sacrificio o inmolación se hace real para nosotros en el altar. ¿Sabes que el altar en la Iglesia Católica representa simultáneamente la cruz (el lugar del sacrificio; Mal 1:7, 12; 1 Cor 10:21) y la mesa en la que nosotros comemos la Cena del Señor? Sobre esta mesa del Señor el sacrificio de Cristo se hizo real para nosotros. Es re-presentado. Esto parece suficientemente sencillo para mí. De nuevo el Catecismo dice, “La Eucaristía es entonces un sacrificio porque re-presenta (hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y porque aplica el fruto” (CCC 1366).

El Concilio de Trento dijo, “[Cristo], nuestro Señor y Dios, debía inmolarse, una sola vez y para siempre, a Dios Padre por su muerte en el altar de la cruz, para ejecutar allí la consumación de la redención. Pero puesto que su sacerdocio no ha acabado con su muerte, en la Última Cena “en la noche en que fue entregado,” [Él quiso] dejar a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible (como exige la naturaleza del hombre) por el que el sacrificio cruento que él había realizado de una vez por todas en la cruz fuera re-presentado, su memoria fuera perpetuada hasta el fin del mundo, y su saludable poder aplicado al perdón de los pecados que diariamente cometemos".

¿No podrías tú considerar acaso el sacrificio de Cristo como perpetuo y disponible hoy para redimirte de los pecados que tú cometes? ¿No aplicas tú los trabajos consumados de Cristo considerándolos cada día como como presentes y eficaces?

El Eterno sacrificio de Cristo se hace presente a diario por un bondadoso acto de Dios. No le niegues este poder, ni deberías despreciar la constante enseñanza de la Iglesia desde el siglo I. Tal rechazo me parecería arrogante y espero que no sea tomado en consideración sino superficialmente.

Protestante: “¿Me estás diciendo que si yo empiezo a buscar los documentos de la Iglesia Católica nunca encontraré ninguna enseñanza oficial que postule que la Misa es un “re-sacrificio” del Señor? La oscuridad de tal idea no engaña a los Protestantes sino que engaña a los Católicos, que nunca han llegado a aclarar qué es lo que está realmente sucediendo.”

Respuesta: Si indagas en la totalidad de la enseñanza Católica, no encontrarás contradicciones en relación con la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, ni en relación con lo que sucede en la consagración. Encontrarás muchas especulaciones entre teólogos, laicos y escépticos; pero la enseñanza oficial de la Iglesia será coherente. Esta enseñanza ha sido desarrollada y profundizada en cuanto a la comprensión del misterio, ha sido definida (por ejemplo, la transubstanciación en el cuarto concilio Laterano en 1215) y posteriormente explicada, pero ninguno de los textos de la Escritura o de los posteriores documentos oficiales o de los concilios han sido contradichos. Como la definición de la Trinidad, que llevó varios siglos definir, toda doctrina es abordada, discutida y definida cada vez que el pueblo de Dios tiene necesidad. Otro ejemplo: no hubo Canon oficial [de las escrituras] durante varios siglos: aunque estamos de acuerdo tú y yo de que la Biblia existió siempre, y contuvo siempre la verdad, sin embargo no estaba todavía definido de modo dogmático y claro.

Del mismo modo podrás ver un desarrollo de la comprensión y doctrina de la Eucaristía, pero no encontrarás ninguna diferencia sustancial en la enseñanza de la Iglesia en 2000 años de desarrollo. Si encuentras algún aspecto que piensas que es contradictorio, deja que lo conozca y lo discutiremos, pero hasta ahora yo no conozco ninguno y si crees que lo hay, como es natural en una buena discusión, la necesidad de demostrarlo es tuya.

Además, deberías reconocer que no encuentras nada en la enseñanza de la Iglesia que diga que Cristo es “resacrificado” porque eso sería llamativamente contrario a la Escritura (por ejemplo, Heb 7:27; 9:12; 10:10). Los Católicos, como yo, pueden ser un poco tímido a veces, pero conocemos la Biblia. Una enseñanza acerca de que Cristo es “re-sacrificado” en la Misa estaría en flagrante contradicción con las nítidas afirmaciones de la Escritura y eso no sería muy inteligente. Recuerda que los Católicos han estado de acuerdo con la Biblia durante 2000 años, la conocen bien, y no admitirían tamaño disparate.

Se que tu conoces la enseñanza de Hebreos 6,6: “es imposible que se renueven otra vez mediante el arrepentimiento, pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios, y le exponen a pública infamia.” Interesante, ¿verdad?

Ahora estamos en disposición de considerar tu siguiente párrafo: “La turbidez de tal proposición no depende de los protestantes, sino más bien de los católicos, que no han aclarado nunca qué es lo que realmente sucede durante la Misa.” No estoy de acuerdo con la palabra turbidez [murkiness] puesto que ella implica una torcida intención. Proviene del antiguo inglés “mirce”, equivalente al antiguo escandinavo “myrkr”, que significa "tinieblas". La Iglesia Católica así como la Ortodoxa, en la Santa Tradición de los Padres, entiende que el sacrificio de la Misa es un “misterio”, que no es lo mismo que decir "tiniebla" o "turbidez". Yo creo que estamos ante un punto clave.

Consideremos por un momento las dos naturalezas de Cristo en una sola Persona, o la Trinidad de tres personas en una sola naturaleza. ¿Se trata de algo fácil de explicar? Prueba a intentarlo la próxima vez que los Testigos de Jehová llamen a tu puerta. Es un misterio, no una "tiniebla" y sabemos que es verdad porque es la constante enseñanza de la Iglesia y se atestigua en la Escritura (aunque en ninguna parte se afirme con claridad como en un manual teológico “tres Personas divinas en una sustancia”). Merriam-Webster define “misterio” como “una verdad religiosa que sólo se puede conocer mediante revelación y no puede ser plenamente comprendida”, definición que me parece razonable. Un buen Diccionario Católico escribe: “una realidad que no pueda ser explicada mediante la razón, sino que toma su fuerza desde la fe sobrenatural”. Esto no debería ser difícil para ti aceptarlo pues yo te reto a que me des una explicación plenamente científica de cómo el Espíritu Santo habita en nosotros o de qué sucede cuando se está “muerto en el Espíritu”. ¿Podrías entonces explicarme perfectamente estar realidades que tú aceptas? O para usar tus propias palabras, “aclárame qué está sucediendo realmente”. ¿Sostienes que tú puedes explicar claramente todo lo que está sucediendo en la vida espiritual y en nuestra alma? ¿Puedes explicar qué sucede cuando nacemos de nuevo? ¿Puedes explicar qué sucede cuando una persona ha sanado espiritualmente? ¿Puedes describir con detalles científicos qué proceso mecánico o biológico tiene lugar? ¿Puedes explicar cómo el Espíritu Santo fecundó a María con la Palabra Eterna de Dios? ¿Llamarías a estas realidades "tenebrosas" o "turbias", o más bien "misteriosas"?

¡Los Padres de la Iglesia no tuvieron problema en admitir algunos fenómenos que son misterios! Y si no estás de acuerdo, te pediría que me mostraras uno de los Padres de la Iglesia o Apostólicos que piensen de modo diferente. De hecho, sería un buen ejercicio para ti indagar acerca de quién fue la primera persona en la historia del Cristianismo en negar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía o en negar que fuera un sacrificio.

En Malaquías 1:11 dice: “Mi Nombre será grande entre las naciones [gentiles], desde el levante hasta el poniente, y en todo lugar se ofrecerá a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones”. Los padres apostólicos y toda la Iglesia primitiva explicaron este pasaje a partir de la Eucaristía. Un erudito protestante buen conocedor del Antiguo Testamento, Joyce Baldwin recapituló estos versículos de Malaquías del siguiente modo:

(1) El nombre de Dios será honrado entre las naciones (Gentiles), y ellos llegarán a conocer a Dios;

(2) este culto mundial no sería dependiente de los sacrificios levíticos ofrecidos en Jerusalem; y,

(3) “será ofrecido” se refiere al inminente futuro, en el que la oblación pura trascenderá todas las ofrendas anteriores.

Baldwin hace hincapié en que “el adjetivo "pura" no se usa en otro lugar para describir las ofrendas... En el mejor de los casos los sacrificios levíticos nunca fueron descritos en estos términos” (Haggai, Zacarías, Malaquías, vol. 24 en los Comentarios al Antiguo Testamento de Tyndale [Downers Grove, IL: Inter-Varsity Press; 1972], 229-230).

El lenguaje de Malaquías es claramente sacrificial y da cuenta con nitidez de una única oblación, algo nunca visto en el Antiguo Testamento.

Este sacrificio, ofrecido mundialmente, es superior a los sacrificios levíticos de los Judíos y no podría nunca ser concebido en pie de igualdad con los sacrificios paganos, por más sinceros que pudieran ser aquellos. El sacrificio (singular) será ofrecido mundialmente (múltiples sacrificios) y reemplazará y será superior a todos los sacrificios precedentes. Este sacrificio único alcanza su plenitud con el sacrificio singular y definitivo de Cristo, en tanto que la mejor explicación para los múltiples sacrificios “desde el amanecer hasta el ocaso” es la celebración de la Eucaristía, tal como ha sido entendido por los cristianos que recibieron el evangelio de labios de los apóstoles.

Esto nos conduce a considerar a la Iglesia, el pacto abierto a todas las naciones, Judíos y Gentiles, como el escenario para esta “ofrenda pura” que será ofrecida en todos los lugares del planeta. Que esta referencia a la Eucaristía fue hecha pensando en la Iglesia es algo que puede percibirse en época tan temprana como en la Didajé (también conocida como "doctrina de los doce Apóstoles", compuesta probablemente en Siria hacia el 60-80 d.C., que es, después del Nuevo Testamento, el documento literario cristiano más antiguo). Aportaré unos pocos ejemplos por el momento: El sacrificio es una “ofrenda pura” singular, y, sin embargo, “en todo lugar”: la Misa Católica se ajusta a ello como anillo al dedo. Ya afirmaba San Agustín “¿Qué respondes a esto? Abre al fin tus ojos, por tanto, en cualquier momento, y mira, desde el amanecer hasta el ocaso, el Sacrificio de los Cristianos es ofrecido, no en un lugar solamente, como fue establecido con los Judíos, sino en todas partes; y no cualquier dios para todos, sino el que Él predijo, el Dios de Israel... No en un solo lugar, como prescribió para vosotros en la primitiva Jerusalén, sino en todas partes, incluso en la misma Jerusalén. No de acuerdo con la Orden de Aarón, sino de acuerdo con la Orden de Melquisedec" (La Fe de los primitivos Padres, 3:168).

Ahora te proporcionaré unas pocas citas de los primeros Padres para fundamentar esto. Te confieso que, como evangélico, quede absolutamente consternado cuado pude comprobar que ninguno de los representantes de la Iglesia primitiva en su totalidad, y quiero decir ninguno (excepto los Gnósticos), rechazaron la idea de la eucaristía como de un verdadero sacrificio.

La Didajé, o "Doctrina de los Apóstoles" (escrita incluso antes que algunos de los documentos del Nuevo Testamento):

Congregaos en el Día del Señor, y partid el pan y ofreced la Eucaristía, pero primero confesad vuestros pecados, para que así vuestro sacrificio pueda ser completamente puro. El que esté apartado de su prójimo no participará con vosotros hasta que se haya reconciliado con aquel, y así evitaréis cualquier profanación de vuestro sacrificio. Esta es la ofrenda de la que el Señor ha dicho: “En todo lugar y siempre ofrecedme un sacrificio que es sin mancha, porque Yo soy un gran rey, dice el Señor, y mi nombre es el asombro de las naciones” [Malaquías, 1:11].”

Clemente de Roma (probablemente mencionado en Filipenses, 4:3, conoció a Pablo y a Pedro)

"Nuestros pecados no serán pequeños si nosotros expulsamos del episcopado [obispos o grupo de los dirigidos por los obispos] a los que de modo irreprochable y santamente han ofrecido sus Sacrificios.”

Y Clemente afirma además: “El Sumo Sacerdote, por ejemplo, tiene sus propios servicios asignados a él... Hay ministerios particulares establecidos para los Levitas, y el seglar está obligado por las reglas que afectan al estado laico. Del mismo modo, hermanos míos, cuando ofrecemos nuestra propia Eucaristía a Dios, cada uno debe atenerse a su categoría.”

Ignacio de Antioquia (c. 35-107 d.C.)

Estad convencidos, por tanto, de que todos participáis de una común Eucaristía; por ello no hay sino un solo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, un cáliz de unión con Su Sangre, y un solo altar de sacrificio – incluso no hay sino un solo obispo, con su clero y sus propios servidores acompañantes, los diáconos. Esto os permitirá aseguraros de que todo lo que hacéis está en completo acuerdo con la voluntad de Dios.” J.N.D. Kelly comenta acerca de esta última cita que “la referencia de Ignacio a un único altar, así como a un único obispo, revela que él también piensa en términos sacrificiales”.

Y de nuevo, “Pero mirad a esos hombres que tienen esas perversas nociones acerca de la gracia de Jesucristo que ha descendido a nosotros, y ved cuán contrarios a la mente de Dios son... Ellos incluso se abstienen de [participar en] la Eucaristía y de la oración pública [litúrgica], porque no admiten que la Eucaristía es el mismo cuerpo de nuestro Salvador Jesucristo, cuya [carne] fue inmolada por nuestros pecados, y que el Padre en su bondad resucitó de nuevo. En consecuencia, puesto que ellos rechazan los dones de Dios, están condenados en sus discusiones. Harían mejor en aprender a ser caritativos si quieren conocer la resurrección... Abjura de sus discordias, porque ellas son el principio de sus males.”

“Obedeced a vuestro obispo y sacerdotes con mentes indivisas... Manteneos en una común participación del pan –la medicina de inmortalidad, y el soberano remedio por el que escaparemos a la muerte y viviremos en Cristo Jesús para siempre.”

Estas son las palabras de los hombres que fueron guiados por los mismos apóstoles. ¿Debo dar oído a sus enseñanzas, o a las de los Fundamentalistas, que están a dos mil años de distancia de los apóstoles?

¿Y el SIGLO SEGUNDO? Escuchemos a Justino Mártir, el gran Apologista: “Y este alimento es llamado entre nosotros la Eucaristía, de la que nadie debe participar sino el hombre que cree que las cosas que enseñamos son verdad, y quien ha sido limpiado con la limpieza que es para remisión de los pecados, hasta la regeneración, y quien está viviendo como Cristo ha mandado. Puesto que no recibimos estos como pan ni bebida corriente; pues de la misma manera que Cristo nuestro Salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios, proporciona su carne y su sangre para nuestra salvación, así igualmente nosotros hemos profesado que el alimento que hemos bendecido por la oración de Su palabra, y con el cual nuestra sangre y nuestra carne por transmutación son alimentados, es la carne y la sangre de la que Jesús fue hecho carne.”

Justino añade: “Así pues Dios habla por labios de Malaquías, uno de los doce [profetas], como dije antes, acerca de los sacrificios presentados en ese tiempo por vosotros [los Judíos]: “No me complazco en ti, dice el Señor, y no aceptaré sacrificios de tus manos; pues desde la salida del sol hasta su puesta, Mi nombre ha sido glorificado entre los gentiles, y en todas partes se ofrece incienso a Mi nombre, y una ofrenda pura: pues Mi nombre es grande entre los gentiles dice el Señor, pero vosotros lo profanáis.” [Así] Él entonces se dirige a los Gentiles, es decir, nosotros, que en todas partes Le ofrecemos sacrificios, esto es, el pan de la Eucaristía, y también el cáliz de la Eucaristía, confirmando ambos que nosotros glorificamos Su Nombre y vosotros lo profanáis.”

Y una vez más: “En consecuencia, Dios, anticipando todos los sacrificios que nosotros ofrecemos por medio de este nombre, y que Jesucristo nos mandó ofrecer, es decir, en la Eucaristía del pan y del cáliz, y que son celebrados por los cristianos en todos los lugares por todo el mundo, da testimonio de que estos Le son agradables diciendo: “desde el amanecer hasta el ocaso mi nombre es glorificado entre los Gentiles [Malaquías 1:11]” [10]

Son unas pocas citas de los siglos primero y segundo, conceptos estos que se multiplicarán en los siglos siguientes. Ahora bien, ¿encuentras aquí en alguna parte tu concepto de Eucaristía?

Dice el historiador protestante J.N.D. Kelly “Justino habla de “los sacrificios que nosotros ofrecemos por medio de este nombre, y que Jesucristo nos mandó ofrecer, es decir, en la Eucaristía del pan y del cáliz, y que son celebrados por los cristianos en todos los lugares por todo el mundo". No sólo aquí sino también en otra parte, él identifica “el pan de la Eucaristía y también el cáliz de la Eucaristía”, con el sacrificio profetizado por Malaquías".

“Fue natural para los primeros cristianos pensar en la Eucaristía como en un sacrificio. El cumplimiento de la profecía reclamó un solemne sacrificio cristiano, y el rito mismo fue arropado en la atmósfera sacrificial con la que nuestro Señor revistió la Última Cena. Las palabras de la institución, “Haced esto”, deben haberse cargado de connotaciones sacrificiales para los que las escuchaban en el siglo segundo; Justino de cualquier modo así lo entendió ... Si nos preguntamos en qué cosa consistía este "sacrificio", la Didakhé no proporciona ninguna respuesta clara. Justino, sin embargo, deja bien claro que la “oblación pura” preanunciada por Malaquías fue el mismo pan y vino de la ofrenda de Jesús. Aun suponiendo que él sostenga que “las oraciones y acciones de gracias” son los únicos sacrificios agradables a Dios, debemos recordar que usa la expresión “acción de gracias” como técnicamente equivalente a “el pan y el vino eucarísticos”. El pan y el vino, además, son ofrecidos “como memorial de la pasión”, una frase que teniendo en cuenta la identificación de éstos con el cuerpo y la sangre del Señor, implica mucho más que un acto de simple recuerdo espiritual. Aunque podría parecer que, aun cuando su lenguaje no fue plenamente explícito, Justino está encaminándose a una concepción de la Eucaristía como la ofrenda de la pasión del Salvador.” Primitivas doctrinas cristianas por el famoso erudito protestante J.N.D. Kelly (San Francisco: Harper & Row, 1978).

Tu escribes: "Estoy interesado en tu respuesta. Es algo puramente académico en el sentido de que no estoy realmente intentando atacarte, pero te tendría que formular la misma pregunta si yo estuviera en la Iglesia Católica, que estoy, aunque no en la Romana".

Te respondo: Supongo que puedes decirte a ti mismo lo que quieras, pero la definición histórica de Católico, con una mayúscula “C”, ciertamente no se te puede aplicar, aunque concedo en una “c” minúscula. Como puedes ver, cuando una palabra se escribe con mayúscula se toma en un sentido muy determinado, como un término técnico, o un nombre. Como Cirilo de Jerusalem dijo: “Y si visitas alguna ciudad, no preguntes sencillamente dónde está "la casa del Señor", puesto que los otros, las sectas de los impíos, también ellos intentan llamar a sus guaridas "la casa del Señor" -ni preguntes simplemente dónde está la Iglesia, pregunta más bien dónde está la Iglesia Católica. Por eso es este el nombre singular de la santa Iglesia, la madre de todos nosotros, que es la Esposa de nuestro Señor Jesucristo, el Unigénito de Dios."

Acogiéndome a la Misericordia,

Steve Ray

NOTAS

[1] Dicho sea de paso, la Biblia no es el árbitro último en la cuestión de la monogamia, ya que presenta la poligamia como norma; se debe a la tradición católica que los evangélicos crean en la monogamia. Lo mismo sea dicho con respecto a temas pro-vida, la Trinidad, el canon de las Escrituras, y muchos otro temas que los evangélicos aceptan ciento por ciento por ser tradiciones católicas, aunque ellos no lo sepan.

[2] Es interesante notar que el Antiguo Testamento tampoco provee un manual judío de cómo celebrar todas las fiestas del Señor. Esto se conocía por viva tradición, de generación en generación. Los judíos entendía que Moisés, cuando bajó del monte Sinaí, traía consigo leyes escritas y tradiciones orales; esto se ve, por ejemplo, en el hecho que Moisés, en el Éxodo, se sentaba entre el pueblo para juzgar sus causas, según los mandamientos del Señor. Esta autoridad pasó de generación en generación en el pueblo de Israel, a través de los sacerdotes y demás líderes. Jesús mismo reconoció esa autoridad y no la negó ni la abolió; al contrario, la aprobó, como consta en Mt 23,2, cuando se habla de la “catedra de Moisés”.

[3] Mt 22:29-32: “Jesús les respondió: “Estáis en un error, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios. Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo. Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído aquellas palabras de Dios cuando os dice “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es un Dios de muertos, sino de vivos.”

Hebreos 12:1: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone”.

[4] Ignacio de Antioquia, La Epístola a los habitantes de Esmirna, 7,8, en Primitivos escritos cristianos, 102-103, escrita hacia 106 d.C.

No cabe duda acerca de que Ignacio consideraba la Eucaristía como la Presencia Real de Cristo, la mismísima carne que fue crucificada y glorificada de nuevo. No hay aquí novedad alguna; él no escribió nada nuevo a los fieles de Asia, sólo confirmó lo que ellos siempre habían conocido y practicado. Expuso la doctrina común de la Iglesia en su conjunto, y en modo alguno dio sus cartas como fundamentales o apartadas de la doctrina universal de los apóstoles. El historiador Warren Carroll nos dice que en el momento de su martirio Ignacio contaba al menos treinta años como obispo, probablemente enseñado por el Apóstol Juan, y fue claramente entonces el miembro vivo más venerado de toda la Iglesia” (La Fundación del Cristianismo, , [Front Royal, VA: Christendom Press, 1993],
1:455).

[5] Como hacemos nosotros, los protestantes consideran un altar, la mesa del sacrificio, en el cielo ante el trono de Dios (Is. 6:1; Rev. 6:9; 8:3, 5; 9:13; 11:1; 14:18; 16:7) ¿Acaso los altares desaparecen con la Nueva Alianza o Ley?

[6] Si tú manipulas tus propios documentos de modo tan desenvuelto, los Católicos desconfiarán del modo en que lees e interpretas la Biblia. La credibilidad es difícil de recobrar en relación con un lector, una vez que la has perdido.

[7] Justino Mártir en su diálogo con Trypho el Judío hacia 135 d.C. [Capítulo 41]. Justino considera la Eucaristía como un sacrificio, y eso ha sido profetizado varios siglos antes por Malaquías [1:10]. Esta fue la doctrina universal de la Iglesia primitiva.

“Justino habla de “todos los sacrificios en este nombre que Jesús mandó que se realizaran, es decir, en la Eucaristía del pan y del cáliz, y que son celebrados en todas partes por los Cristianos”. No sólo aquí sino también en otra parte identifica “el pan de la Eucaristía, y el cáliz también de la Eucaristía” con el sacrificio predicho por Malaquías.

“Fue natural para los primitivos Cristianos considerar la Eucaristía un sacrificio. La realización de la profecía exigía una ofrenda cristiana solemne, y el rito mismo fue arropado en la atmósfera sacrificial con que nuestro Señor revistió la Última Cena. Las palabras de la institución, “Haced esto”, se cargarían de connotaciones sacrificiales para los oyentes del siglo segundo; Justino de cualquier modo así lo entendió en conformidad con mi punto de vista para “Ofreced esto”. Si indagamos cómo se concibió el sacrificio para ser compatible con ello, la Didakhé no proporciona ninguna respuesta clara. Justino, sin embargo, deja bien claro que el pan y el vino mismos fueron la “oblación pura” preanunciada por Malaquías. Aun suponiendo que él sostenga que “las oraciones y acciones de gracias” son los únicos sacrificios agradables a Dios, debemos recordar que él usa la expresión “acción de gracias” como técnicamente equivalente a “el pan y el vino eucarísticos”. El pan y el vino, además, son ofrecidos “como memorial de la pasión”, una frase que teniendo en cuenta la identificación de éstos con el cuerpo y la sangre del Señor, implica mucho más que un acto de simple recuerdo espiritual. Aunque podría parecer que, aun cuando su lenguaje no fue plenamente explícito, Justino está encaminándose a una concepción de la Eucaristía como la ofrenda de la pasión del Salvador.” Primitivas doctrinas cristianas por el famoso erudito protestante J.N.D. Kelly (San Francisco: Harper & Row, 1978).

[8] ¿Qué es lo que el término participación significa? ¿Forma también parte de un lenguaje simbólico? No, significa una participación real. San Agustín pone estas palabras en los labios de Jesús para describir lo que sucede en la Eucaristía: “Yo no me transformaré en ti, como sucede con el alimento corporal; más bien tú te transformarás en mí.” (Confesiones, VII, 10, 16) Como Kittel afirma: “koinonía denota participación, comunión.” (TDNT, III, 798).

San Juan Crisóstomo afirma: “¿Qué es de hecho el pan? El cuerpo de Cristo. ¿Qué llegan a ser quienes reciben la comunión? El cuerpo de Cristo.” (Crisóstomo, Homil. Sobre 1 Cor. 24, ad loc.). Él parece creer que no se trata exactamente de participar en un gesto puramente simbólico, sino lo que Pablo dice, que nosotros estamos participando en el cuerpo y la sangre de Cristo. ¿Cómo podría ser así si se tratase de un mero símbolo? ¿Eran los primeros cristianos personas que tomaran la Biblia al pie de la letra o lo somos nosotros?

“El estatus sacramental del pan y del vino no se toma como presupuesto sino que es convertido en el fundamento de este argumento...
El alimento y la bebida espiritual ahora aparece más estrictamente definido como el cuerpo y la sangre de Cristo: aunque el fundamento último de esta definición será dado más tarde (1 Cor. 11: 23-26), Pablo puede asumirla como un terreno común que comparte con su audiencia, suficientemente sólido como para soportar la posterior argumentación... Lo que los escritos del Nuevo Testamento presuponen ... es de mayor importancia que lo que de hecho describen.” (The Study of Liturgy ed. by Jones, Wainwright, Yarnold, and Bradshaw; NY: Oxford University Press; 1978, 1992).

Parece que San Pablo está comparando tres sacrificios ofrecidos en altares (mesas): el de los Judíos (v. 18), el de los paganos (v. 19-21; ofrecido a los ídolos), y el de los Cristianos, la Eucaristía. Pablo confirma la naturaleza sacrificial de la Eucaristía Cristiana. La “mesa del Señor” es un término técnico común en el Antiguo Testamento en referencia al altar del sacrificio (Lev. 24:6, 7; Ez. 41:22; 44:15; Mal. 1:7, 12) La “mesa del Señor” en la Iglesia, en referencia a Pablo, y extraída de la terminología y práctica del Antiguo Testamento, es ahora el altar para el nuevo sacrificio en referencia a Malaquías (Mal. 1:11) de acuerdo con el punto de vista de los cristianos de los siglos primero y segundo. El anuncio de la “mesa del Señor” es mencionado dos veces en el capítulo primero de Malaquías, antes y después de la promesa de Yahvé sobre un futuro sacrificio ofrecido por los gentiles en todo el mundo. La “mesa del Señor”, o altar sacrificial, será el lugar donde se realice esta ofrenda que se corresponde con la Eucaristía ofrecida en la “mesa del Señor” en 1 Cor. 10: 21.

Los paralelismos son sorprendentes: Malaquías hace coincidir dos veces el “sacrificio puro” de los gentiles, con el sacrificio de la “mesa del Señor”.

Pablo después usa esta misma terminología para referirse al nuevo sacrificio ofrecido sobre la “mesa del Señor” en la Iglesia. El sacrificio de la Eucaristía en la “mesa del Señor” es comparado con otros bien conocidos sacrificios ofrecidos sobre mesas o altares. Pablo, el perspicaz discípulo del ilustre maestro judío, Gamaliel, no utiliza esta terminología del Antiguo Testamento a la ligera. Sabe que sus lectores comprenden el poder de su terminología sacrificial en lo tocante a la Eucaristía. Parece que Pablo, el brillante maestro de la Torah, entendiera la Eucaristía en términos sacrificiales, ofrecida sobre la “mesa del Señor” como el cumplimiento de Malaquías 1:11. “El paralelismo que Pablo traza entre la participación judía y pagana en sus respectivos sacrificios comiendo la carne de las víctimas y la comunión cristiana con Cristo por medio de la Eucaristía demuestra que él considera la participación en la comida eucarística como una comida sacrificial y ello implica que la propia Eucaristía es un sacrificio.” (Jerome Biblical Commentary Edited by Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer, and Roland E. Murphy. Englewood Cliffs, NJ: Prentice­Hall, 1968.)

[9] Por ejemplo, el cristiano del siglo primero, Ignacio de Antioquia, del que la historia nos cuenta que conoció a los apóstoles, escribe, “¡Observad a los que defienden erróneas opiniones referentes a la gracia de Jesucristo que ha venido a nosotros, y ved como ellos se oponen al pensamiento de Dios! No se comprometen en ninguna obra de caridad, ni en relación con viudas ni huérfanos, ni con personas desgraciadas, ni con los que están en prisión ni fuera de ella, ni con los hambrientos o sedientos. De la Eucaristía y la oración se mantienen apartados, porque ellos no confiesan que la Eucaristía es la Carne de nuestro Salvador Jesucristo, que padeció por nuestros pecados, y que el Padre en Su amor sobreabundante lo resucitó de entre los muertos. Y así, los que cuestionan el don de Dios acaban por ser víctimas de sus parcialidades. Les iría mejor si cultivaran la caridad, así tendrían parte en la resurrección [de Cristo].” (Epístola a los habitantes de Esmirna, 6, 7).

[10] Justino Mártir, Diálogo con Trypho el Judío, capítulo 117; tomado de Los Padres anteriores al Concilio de Nicea, 1: 257. Justino afirma de manera muy explícita que la Eucaristía es el sacrificio puro que Dios, por medio del verdadero Mesías, ha sustituido por los del Templo Judío. Defiende que esta es la doctrina universal de la primitiva Iglesia.


Steve Ray, http://www.catholic-convert.com
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